Bitcoins sobre fondo negro
En un año donde el oro brilla con fuerza, recuperando su papel como refugio clásico frente a la incertidumbre, y la plata actúa de complemento destacado con un potencial alcista incluso mayor, la pregunta sobre si Bitcoin puede considerarse una reserva de valor sigue generando encendidos debates. Mientras los Estados de las principales economías del mundo acumulan deudas públicas insostenibles, con ratios en relación al PIB que en muchísimos casos superan el 100% y en algunos se acercan al 150%, la desconfianza en las monedas fiat (dólar, euro, yen, etcétera) crece. En este contexto, el oro y la plata han resurgido como activos predilectos para quienes buscan protegerse frente a la inflación y la incertidumbre geopolítica mundial.
¿Pero dónde encaja Bitcoin en este panorama, especialmente cuando el Gobierno de Donald Trump, a través de su secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha impulsado una ley para integrar las stablecoins como un mecanismo de respaldo a la deuda pública norteamericana?
Bitcoin, nacido como una alternativa descentralizada al sistema financiero tradicional, no solo es un activo especulativo, sino que también se presenta como "oro digital". Entre sus fortalezas destaca la oferta limitada a 21 millones de unidades, lo que le convierte en antiinflacionario, y su independencia de los bancos centrales, razón por la que el BCE sigue hablando mal de esta criptomoneda hasta límites grotescos, como ya expliqué tiempo atrás (ver ¿Fracaso del Bitcoin o ridículo del BCE?).
Sin embargo, la realidad plantea desafíos, y el reciente movimiento de la administración Trump añade una nueva dimensión: en julio de 2025, el presidente firmó la Genius Act, una ley que establece un marco regulatorio para las stablecoins respaldadas en dólares, obligando a sus emisores a mantener reservas en activos, principalmente en bonos del Tesoro estadounidense. Bessent ha defendido esta iniciativa como una "revolución en las finanzas digitales" que no solo fortalece el estatus del dólar como moneda global, sino que genera una demanda masiva de deuda pública a corto plazo, con proyecciones de que el mercado de stablecoins podría alcanzar los dos billones de dólares en los próximos años, absorbiendo miles de millones en valores del tesoro.
Este intento de Washington por "monetizar" su deuda de 37 billones de dólares a través de criptoactivos regulados resalta la urgencia de la crisis fiscal, pero también plantea preguntas sobre el rol de Bitcoin: ¿puede una criptomoneda descentralizada competir en un entorno donde el stablishment abraza activos digitales controlados?
A diferencia del oro, cuya trayectoria como reserva de valor abarca milenios, o de la plata, que combina su precioso atractivo con usos industriales, Bitcoin es un activo inaprensible y volátil. De nuevo este año, hemos visto cómo su precio puede experimentar alzas significativas en momentos de entusiasmo en los mercados, pero también caídas abruptas por razones diversas. Esta volatilidad lo distingue de la estabilidad que caracteriza a una reserva de valor tradicional. La ley Genius, al priorizar stablecoins "seguras" y centralizadas, podría incluso restar protagonismo a Bitcoin al canalizar el interés en criptoactivos hacia instrumentos que, en última instancia, financian al deudor soberano.
Aunque Bitcoin ha ganado muchísimo terreno como inversión, sobre todo después de la autorización en EEUU de los ETF, no tiene la universalidad del oro. Los datos son elocuentes: las reservas mundiales del metal amarillo de los bancos centrales superan las 36,000 toneladas, y la demanda de plata también está en aumento, mientras que Bitcoin sigue siendo menor en las carteras institucionales. Las stablecoins, con emisores privados como Tether y Circle invirtiendo el 90% de sus reservas en deuda estadounidense, representan un giro pragmático: no un desafío al sistema, sino un salvavidas para él.
Pese a todo, Bitcoin tiene virtudes únicas. Su descentralización y resistencia al control político lo hacen atractivo en un mundo donde la confianza en las instituciones está en declive. En países con monedas colapsadas, ha demostrado ser una herramienta para preservar valor donde las opciones tradicionales fallan. A diferencia de las stablecoins, que dependen de la estabilidad de los activos institucionales que las respaldan, Bitcoin no está atado a las políticas de un gobierno. No obstante, su dependencia de infraestructura tecnológica (redes eléctricas, internet, wallets) lo hace vulnerable en escenarios de crisis extrema, algo que no afecta al oro ni a la plata, cuya tangibilidad es una ventaja insustituible.
Además, la apuesta de Trump y Bessent por las stablecoins introduce riesgos. La Genius Act ilustra cómo el gobierno norteamericano busca aprovechar el potencial de las criptomonedas, mientras la Unión Europea afronta este desafío con mucho retraso. Ahora bien, al priorizar stablecoins centralizadas, deja a Bitcoin en una posición ambivalente: un activo con un potencial transformador, pero que aún debe demostrar su capacidad para competir con los metales preciosos en tiempos de incertidumbre.
En conclusión, Bitcoin ofrece una propuesta poderosa en un mundo de deuda pública descontrolada, pero aún no ha alcanzado la estabilidad para equipararse al oro o la plata como reserva de valor.