Me da un poco de pena que la Diada se haya convertido poco menos que en una reunión de antiguos alumnos del colegio. Poca gente, todos conocidos entre ellos, cada año con más canas o menos pelo, que se dedican a recordar, ay, los días de su juventud, cuando hablaban del futuro con esperanza.
Actualmente, en esos encuentros, con el futuro convertido ya en presente, cuando no en pasado, ya no hay ni esperanza ni ilusión, hombres y mujeres van a la manifestación porque es lo que toca, dispuestos a agitar sin convicción una bandera y a gritar consignas de forma rutinaria, sin creer en ellas, como quien va al fútbol a animar a su equipo aunque sabe que es carne de descenso e insulta al árbitro entre mordisco y mordisco al bocadillo, porque es lo que se ha hecho siempre.
Recuerdo cuando reunir a unos cientos de miles de personas el 11S tenía como máxima finalidad no tirar ni un solo papel al suelo, eso por lo menos decían con orgullo quienes participaban en el show. Aquello sí que valía la pena. Por lo menos entonces el objetivo estaba claro: no era otro que entrar en el libro Guinness de los récords como la reunión más numerosa que no ha tirado al suelo ni un solo papel.
Eso, claro, ya no tiene ningún mérito, con la Diada convertida en una reunión de amigos, es normal no tirar ningún papel al suelo, ya que todo el mundo sabría quien ha sido. Ya ni para salir en el libro de la cervecera irlandesa sirve este día.
Por eso, muchos de los que van dejando de acudir a la cita de cada 11 de septiembre lo hacen porque dicen ignorar qué sentido tiene ya.
La misma Pilar Rahola, una señora -no sé si alguno de ustedes la recuerda- que en tiempos alegraba esas jornadas saltando y brincando a pesar de su edad provecta, lo cual provocaba las risas de los asistentes, quienes le agradecían el buen rato que les brindaba tirándole cacahuetes y hasta alguna manzana, escribió este año en las redes sociales que dejaba de montar el esperado e hilarante numerito porque “no sé muy bien cuál es su sentido [de la Diada] ni qué se va a defender allí”. Pobre mujer.
Ese es el error, el pensar que ir a la manifestación de la Diada debe tener algún sentido, que tiene que obedecer a un impulso racional. De eso nada.
Si me permiten un consejo para recuperar aquellas manifestaciones multitudinarias que tanto nos divertían a quienes ejercíamos de simples espectadores, lo primero es permitir que cada uno vaya con su propio objetivo, como en misa, donde a nadie le preguntan por qué está ahí ni qué le va a solicitar al Altísimo.
Así, el 11S alguien podría ir a manifestarse a favor de la independencia, otro porque Puigdemont adelgace un poco antes de su regreso, aquella señora para que su hija encuentre por fin un novio formal, el de más allá para que el Barça gane la esperada Champions, e incluso algunos jóvenes tomarán las calles para ver si así sacan una buena nota en la selectividad.
De esta sencilla manera se volvería a movilizar a los catalanes. No faltaría quien estuviera allí para ver si la Diada le solucionaba sus problemas de salud, ni quien esperaría que la manifestación del 11S sirviera para arreglar las cosas en su matrimonio, que mi marido ya ni me mira.
Por no hablar de todos los que habrían ido con la ilusión de que el número de lotería que han comprado, sea el Gordo de este año. Así sí que volveríamos a ilusionarnos. Una vez comprobado que la Diada no sirve ni para conseguir la independencia ni para que crezca el supuesto sentimiento catalanista ni para nada parecido, lo mejor que podemos hacer para recuperar su grandeza es dedicarla a peticiones más modestas, a ver si hay suerte. Y si no, tampoco pasa nada, nos vamos a quedar igual. Como ha sucedido en los últimos años.