Catalanes todos:

Hay que decirlo de una vez y para siempre. Alto y claro. Por derecho. Debemos incluso gritarlo, si fuera necesario. Josep Pla estaba equivocado. “Cataluña (no) es un país inmensamente rico, grosero y espantoso”. Eso no es verdad. Tampoco George Brassens estaba en lo cierto: el día de la fiesta nacional un buen patriota (catalán) no puede, ni tampoco debe, quedarse en la cama igual. Eso, nunca.

Hoy, como todos los Once de Septiembre desde que el mundo es mundo, de nuevo somos testigos vivos del instante sagrado en el que el espíritu de la Nación, expresado a través de sus hermosos símbolos flamígeros, Sant Jordi y el dragón etc, y hecho carne y sangre en el cuerpo (litúrgico) un sol poble, hace solemne profesión de fe en su identidad, conjurando así las calamidades de su historia y afirmándose de nuevo con valentía envidiable, sobre las fuerzas malignas que pretenden someterla.

Tengámoslo (todos) claro: somos un pueblo elegido, aunque entre nosotros haya todavía muchos que no tienen conciencia clara de la inmensa fortuna, del regalo infinito, que significa, aquí y ahora, en este momento exacto de la Historia, ser catalán. Ejercer el catalanismo. Predicar Cataluña. Fer país.

Por supuesto, el orbe entero nos contempla con suma atención. Todos los días. Noches enteras. A todas horas. Somos un referente internacional. La representación perfecta de la libre voluntad de una nación en marcha que camina valerosamente, superando todos los obstáculos, en dirección a su autodeterminación.

El procés no se ha extinguido, como creen algunos ingenuos. Sólo ha cambiado de rostro. El pasado tampoco ha muerto: vive dentro de cada uno de nosotros. La revuelta de las sonrisas no fue estéril. Nuestro sufrimiento tampoco ha sido en vano. La represión del Estado no pudo doblegar nuestra resolución. Las torturas no quebraron el ánimo de nuestros mártires políticos.

El lawfare nunca nos ha hecho dudar. Resistimos como los estoicos. Luchamos como los persas. La eterna llama de la libertad de Cataluña continúa ardiendo, igual que el fuego olímpico de la Antigua Olimpia en el pebetero de los dioses del Mediterráneo.

Gracias a esta constancia, lo que se circunscribía a Cataluña sucede por fin en todo el Estado (español). ¿Cabe imaginar una mayor victoria? La Diada ya no es sólo la fiesta de Cataluña, igual que el catalán es más que la lengua (propia) del país; desde hoy es también la fiesta nacional de España. Antes o después, no tengáis ninguna duda, el nuestro acabará siendo reconocido como el único idioma europeo válido. Por encima de los demás. Así será.

El Congreso de Madrid, donde ya podemos expresarnos en nuestra lengua materna, aunque nadie entienda lo que decimos, salvo nosotros, no va a celebrar sus sesiones si coinciden con la Diada, que prevalece sobre cualquier celebración, incluido el Día de la Raza. Aunque existan discordias entre nosotros, como sucede en todas las familias que se quieren, un sueño compartido nos vincula: España entera es ya una gran extensión de Cataluña.

Hemos sometido al Estado gracias a unos pocos diputados y a una ley electoral que sí, es española, pero nos beneficia tanto que no deberíamos cambiarla nunca. Si los vascos dicen ser la Nación Foral, Cataluña es la Nación Arancelaria. Todo pasa ya por nosotros. Y de todo exigimos ganancia, tasa y beneficio.

La gobernabilidad del Estado es cosa nostra. La investidura de Sánchez, el Insomne, fue cosa nostra. La amnistía ha sido cosa nostra. Hasta hemos tolerado que el PSC reine en Sant Jaume, pero sin que pueda gobernar sin nuestro plácet. Salvador Illa sólo es un paréntesis. ERC ha logrado la financiación singular para Cataluña (pronto tendremos en la butxaca los dineros del Estado).

Todo el mundo habla ya del principio de ordinalidad. Hemos redactado leyes en nuestro beneficio, igual que los zares, aunque sus efectos no hayan llegado aún al Molt Honorable, que todavía sufre el exilio lejos de su hogar. Es preciso tener paciencia. La República (Tribal) Catalana no se conquista en dos días.

Dentro de unos meses tendremos ya una Agencia Tributaria propia, que cobrará a todos los patriotas muchos más impuestos, pero tened por cosa cierta que todo aquello que recaudemos siempre será en beneficio de Cataluña, que en el fondo es lo único que (nos) importa, porque Cataluña somos nosotros y nadie más.

Por supuesto, digan lo que digan los jueces españoles, no pensamos renunciar a la inmersión lingüística. Antes, la muerte (en vida). Todos hemos de hablar en catalán. No deberíamos permitir que en el solar de la patria se oigan palabras en castellano o que, en los recreos de los colegios, los niños hablen entre ellos en español.

El helado se sirve en catalán, y punto. Aquí se come en catalán. Se duerme en catalán. Se vive en catalán. Hacer otra cosa distinta sería libertinaje. La patria exige disciplina social y firmeza. La libertad personal, y hasta la hacienda si fuera preciso, deben ser sacrificadas por el bienestar del país, cuyas fronteras ya van desde Málaga hasta Vigo, y desde Sijena hasta Mallorca.

Nuestra Historia nos recuerda –una y otra vez– lo mismo: somos inigualables. Sabéis que Colón fue un marino catalán que salió de Pals. Cervantes venía de Xixona (en los Països Catalans) y escribió el Quijote en català hasta que le obligaron a traducirlo al castellano. Santa Teresa fue la mejor abadesa del monasterio de Pedralbes.

Jordi Pujol es un hombre religioso, honrado y su familia es tan sagrada como la de Cristo. ¿Cómo se va a juzgar a un santo catalán? De los 133 presidentes de la Generalitat ninguno es comparable al Parenostre. Recordad, si en algún momento os fallase el ánimo en nuestra empresa, las sabias palabras de Víctor Balaguer:

“Así fue como sucumbió Cataluña. Peleó y combatió hasta el último momento en defensa de sus libertades. Sea venerada siempre por los descendientes de aquellos esforzados varones la buena memoria de los que prefirieron morir antes de renunciar a la libertad, y sean los que sucumbieron en la lucha, mártires de su deber, un ejemplo y modelo dignos de ser imitados y seguidos por las generaciones futuras”.

Sabedlo. El pretérito nos convoca. No olvidéis jamás las palabras de Frederic Soler: “Al Fossar de les Moreres no s'hi enterra cap traïdor / fins perdent nostres banderes será l'urna de l’honor”. Si nuestros antepasados fueron prestos a fenecer antes de someterse, nosotros debemos estar a la altura de nuestra (Nova) Historia.

Y esto exige, aquí y ahora, como dijo Maciá, “proclamar, con el corazón abierto a todas las esperanzas, una conjura para hacer prevalecer la República Catalana por los medios que sean, incluso la vida. Todo aquel que perturbe el nacimiento de la República Catalana, que ya se vislumbra en el horizonte, será considerado un agente provocador y un traidor a la patria. Nos avalan hitos inmortales y los derechos de los hombres y los pueblos. Sabed haceros dignos de Cataluña”. Visca la Diada!