Mañana, 11 de septiembre, la eternidad del verano empezará a parecernos catastróficamente efímera. Los que quisieron imprimir su sello de perdurabilidad en el infierno aislacionista han perdido su espacio o se lo llevan consigo a ninguna parte. Un año después de la llegada de Salvador Illa, el Govern de la Generalitat trata de cerrar la carpeta del procés reclamando la aplicación de la ley de Amnistía y pactando el nuevo modelo de financiación.
Se agradece la salvífica distensión de Illa, pero la normalidad no se consigue sentando a Puigdemont en el Parlament. La financiación es otra cosa; es un eco lejano que conjuga con la España Federal, un esquema maravilloso, pero inaplicable a causa de los odios y desventuras de las comunidades autónomas del PP, constitucionalmente desleales.
A la vuelta de los calores, uno espera infructuosamente el concierto del Carillón instalado en una azotea noble del barrio Gótico. Pero la Gran Manzana de Barcelona todavía no ha recuperado el resuello; sus momentos decisivos se quedan en esbozos y, en el corazón de la urbe, solo se oyen motores en marcha o el rumor de miles de caminantes saliendo del metro rumbo a la oficina. La ciudad que muere en agosto no volverá a la vida hasta bien entrado el otoño. El occidente mediterráneo tiene un presente rugoso; cuando llega septiembre, el amarillo se pega al adoquín y el arce se tiñe lentamente de rojo.
Cualquier madrugada podría ser la última. Hoy mismo, Yolanda Díaz recibirá en el Congreso el jaque mate que le ha mandado el presidente de Pimec, Antoni Cañete, oponiéndose a la reducción de la jornada laboral con el aval de Junts y el silencio plúmbeo de Foment, la patronal mastodóntica.
La Cataluña de Junts es una Voivodina serbia que avanza sobre las arenas movedizas del populismo nacional, la cancelación democrática. Si las pequeñas cosas paralizan legislativamente al Gobierno de Sánchez, sonará el último clarinete de Feijóo, un señor de la Ribeira Sacra, atrincherado detrás del mastuerzo que recita a diario el argumentario faltón de Génova 13.
El bloque de Sánchez se deshilacha por los lados soberanista (Junts) e izquierdista (Sumar-Podemos). Todo el mundo pronostica el enlace PP-Vox en los próximos comicios y, sin embargo, la ponencia política del PP en su reciente XXI Congreso, reclamó el espíritu original de la Transición, pese a la incómoda presencia de Rajoy y Aznar. Se abre así una ventana de oportunidad a pesar de las apariencias.
¿Es puramente retórico el recurso a la Transición? ¿Estamos ante la Alianza Popular que se abstuvo en la Ley de Amnistía de 1977? ¿Ante el partido de Fraga que no votó mayoritariamente la Constitución del 78? ¿O podemos esperar al fin un conservadurismo serio y europeísta en el momento en que a Feijóo deje de gustarle la fruta? Un PP separado del primitivismo de Vox todavía es posible, si Feijóo aplica un plan de acuerdos capaz de colocar en primer plano los problemas de las personas. No es una cuestión de doctrinas, como socialismo frente a liberalismo. El dilema es hondo: ¿Democracia o barbarie?