Cataluña ha mostrado músculo este verano. Lo sucedido en julio hacía prever un desastre ante un verano con temperaturas imposibles en un clima mediterráneo. Sin embargo, el Govern funcionó y los servicios de emergencias estuvieron coordinados y fueron eficaces. También se superaron con nota las tormentas que provocaron inundaciones.
Cierto que tuvimos que lamentar muertes y daños en muchas zonas y a muchos ciudadanos. Sin embargo, nada comparable a la penosa gestión de Galicia y, sobre todo, Castilla y León. Cataluña funcionó y el Govern, con el president y la consellera de Interior a la cabeza, estuvo a la altura.
Sin embargo, los problemas estructurales están vivos. Que hayamos salido airosos no quiere decir que todo esté bien. Sería estúpido creérselo. Apagar fuegos en invierno es la mejor manera de sofocarlos invirtiendo en medios y en la limpieza del bosque. Y para invertir, hay que tener presupuestos.
El president Salvador Illa ha empezado el curso político apretando el acelerador para conseguir tener cuentas en 2026. Son necesarias para el fuego, para mejorar la sanidad, la educación o para poner en marcha el plan de construcción de 50.000 viviendas o para inyectar dinero en el plan de barrios. En 2025 se salvó la contingencia con créditos extraordinarios pero todos sabemos que esto es insuficiente.
No debe caer en saco roto el empecinamiento del president que no ha esperado un minuto para poner en marcha la maquinaria. Sin embargo, la reacción no ha sido la más adecuada pero sí la esperada. ERC y Comunes se han puesto estupendos con sus exigencias que son legítimas pero que anteponen más intereses partidarios que de país. Lo de Junts es más preocupante, aunque es más de lo mismo.
Si queremos que el gobierno funcione y la política genere un marco de estabilidad, Cataluña necesita presupuestos para recuperar el terreno perdido y para poner el acento en nuevas políticas -el proyecto de renovables es un ejemplo exponencial porque no se puede ponerse de perfil en este asunto- que pongan músculo al crecimiento económico y social. No hacerlo, impedir que el gobierno tenga presupuestos, será un nuevo fracaso de la política y un triunfo de la antipolítico.
Cada encuesta que se hace en Cataluña pone los pelos de punta. ERC y Junts se dejan pelos en la gatera y los Comunes solo aspiran a seguir siendo testimoniales. Hoy por hoy, según el CEO, no habría estabilidad. Illa ganaría pero imposible reeditar un pacto de izquierdas.
La derecha españolista y la extrema derecha tendrían una representación parlamentaria incluso mayor que la actual, que es la mayor desde la etapa de la transición. Eso sí, sin dar un palo al agua más allá del no a todo. Y los independentistas tendrían mayoría, pero una mayoría viciada por la necesidad de apuntalarla con la extrema derecha de Aliança Catalana.
ERC y CUP reniegan de ese acuerdo pero Junts no le hace ascos. Sin embargo, Aliança Catalana, como Vox, crecen ante el fracaso de la política. En España, el PP también juega al fracaso de la política sin darse cuenta de que Vox le roba la cartera.
En Madrid, la confrontación y el cainismo han matado a la política y no hay nada ya que hacer. En Barcelona, la política está en la UCI pero no ha muerto a pesar de la desastrosa, e indeseable, gestión de los últimos gobiernos.
Illa ha demostrado que es un hombre de consensos y ha hecho cesiones con el ánimo de gobernar, y bien. Y ese el problema porque algunos, demasiados, piensan que si gobierna y bien ganará las elecciones.
No se dan cuenta que la políticas de vuelo bajo, como las del grajo, son el caldo de cultivo de la intolerancia y el populismo. Que se lo hagan mirar poque si hoy hubiera elecciones la extrema derecha tendría un mínimo de 25 diputados. No aprobar los presupuestos sería su mayor balón de oxígeno y luego los lamentos serán inútiles. Es lo que pasa si se juega con fuego.