España atraviesa un momento político convulso, incierto y, en muchos aspectos, inquietante. La crisis de los partidos tradicionales, el auge de la extrema derecha, el debilitamiento institucional y la tensión territorial dibujan un escenario donde conviven la resignación, el desencanto y una peligrosa
polarización.
El miércoles 9 de julio, el jefe de la oposición irrumpió en el Congreso de los Diputados, cual caballo de Pavía, participando en el “debate” parlamentario con una agresividad inusitada, y un tono desafiante que priorizaba el espectáculo por encima del discurso político.
Desde su último Congreso, el Partido Popular vive una extraña mezcla de euforia y fragilidad. Cierto que Feijóo sale reforzado de su Congreso, pero tres días después proyecta la imagen de un líder irascible, “descentrado” y nervioso, con referencias personales, fuera de lugar, hacia el presidente del
gobierno. El jefe de la oposición da la sensación de estar más preocupado por alcanzar el poder, que por la construcción de un proyecto creíble. Su actitud agresiva revela más debilidad que fortaleza y sobre todo fragilidad.
Feijóo en su desesperación por llegar a La Moncloa, se lanza a atacar a todos sin reparar que a algunos los necesita para formar gobierno. Su único objetivo, convertido en obsesión, es “echar” a Pedro Sánchez utilizando todos los medios a su alcance, fiel a la consigna aznariana, “el que pueda hacer que haga”. Su nerviosismo muestra su incapacidad para conseguir los apoyos necesarios para poder gobernar y el temor a ser eclipsado por Ayuso.
Su última intervención parlamentaria ha dejado más dudas que certezas, Feijóo parece incapaz de alejarse del estilo bronco, “marca Ayuso”, cuya sombra le persigue con fuerza. Pienso que se equivoca al renunciar a la centralidad, bajando al lodazal e intentando no verse superado por VOX. Seguimos sin saber cuál es la propuesta política del PP, solo conocemos la obsesión de su presidente en acabar con el presidente Sánchez y llegar al poder.
El espíritu de Aznar y Ayuso sobrevoló sobre el pleno del Congreso de los Diputados. FAES marca la agenda ideológica de la derecha, con Aznar como profeta y Ayuso como oráculo. La operación parece clara: preparar el terreno para una coalición entre el PP más aznariano y Vox, un nuevo
“Movimiento Nacional” disfrazado de “organización nacional”. El término organización nacional era parte de ese lenguaje franquista, que promovía una visión unitaria, centralista y jerárquica del Estado.
Aznar no oculta sus objetivos: perseguir judicialmente y procesar al presidente del Gobierno y acabar con la legitimidad del gobierno de la Nación, por medios aparentemente democráticos, pero dudosos en su legalidad y ejecución. Para ello, cuenta con el respaldo de un poder judicial en su mayoría conservador, que actúa con un sesgo preocupante y con un ecosistema mediático que ha asumido la función de oposición sin complejos. Todo ello envuelto en un discurso que trasmite añoranza por la España “una, grande y libre”.
El PSOE, atraviesa un momento de profunda crisis como consecuencia de las “presuntas” corrupciones de sus dos últimos secretarios de organización. Pedro Sánchez, al que hay que reconocerle grandes logros como presidente del Gobierno –sobre todo en el campo socioeconómico– no parece haber tenido demasiado acierto como secretario general de su partido, habiendo permitido,
por error u omisión, que el PSOE haya estado dirigido por dos presuntos corruptores que arrojan desconfianza y dudas sobre el partido.
El partido socialista a veces se asemeja a un “club de fans”, donde la lealtad personal se premia por encima del pensamiento crítico o el debate político. Su estructura organizativa se pliega al liderazgo de Sánchez sin apenas fisuras, rodeándose de figuras cuyo mérito principal parece ser el control de los engranajes del partido, poniéndolo enteramente a su servicio. Una estrategia eficaz a corto plazo, pero peligrosa para una organización con vocación de liderar mayorías de cambio y de progreso.
Al recurrir al argumento del “y tú más” y reiterar la mención al narcotraficante relacionado con Feijóo —basándose en una foto de hace más de tres décadas—, Sánchez cae en una estrategia de confrontación que resta fuerza a su discurso político.
La corrupción sigue siendo uno de los principales problemas del país. Afecta a todos los partidos, pero se tolera de forma distinta. En la derecha conservadora el rechazo es menor, en ocasiones el mundo de los negocios prioriza los beneficios sobre la ética. Sin embargo, al PSOE le desmonta toda
su estrategia de partido centenario que siempre ha apostado por la honestidad, la decencia y la desaparición de todo atisbo de corrupción.
El deterioro institucional, el empobrecimiento del debate político y el avance de los discursos de odio y exclusión son señales que no deben ignorarse. El enfrentamiento brutal entre los dos grandes partidos no solo debilita a la democracia, sino que está siendo capitalizado por VOX. Cuando el debate parlamentario desciende a los niveles actuales donde las acusaciones de vínculos con la prostitución y amistad con narcos son el núcleo del debate, la democracia se resiente.
Necesitamos más política con mayúsculas, más cultura del consenso y menos espectáculo. Porque lo que está en juego, no es solo quién gobierna, sino el futuro de la democracia española