Con tanto ruido y polvareda ha pasado casi desapercibida la celebración del 40 aniversario de la firma del Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, gracias a la cual nuestro país pasó a ser miembro de pleno derecho de la Comunidad, hoy Unión, el 1 de enero de 1986. Es una auténtica pena que el lodazal de nuestra política patria haya empañado una efeméride tan importante.

No soy experto de protocolo, pero que un acto tan relevante, presidido por SM el Rey y celebrado en el Palacio Real fuese organizado por Moncloa no sé si era lo más adecuado. Lo que sí está claro que al hacerlo así facilitó varios plantones y ausencias que, a lo mejor, si el acto lo hubiese convocado la Casa Real no se hubiesen producido.

Que no participasen ni el entonces jefe del Estado, SM el rey Juan Carlos I, ni quien era entonces presidente del Gobierno, Felipe González, chirría, y mucho. Como chirría la ausencia de presidentes de comunidades autónomas y, por qué no decirlo, de varios ministros, además del jefe de la oposición.

Pero en esto ha quedado nuestra política, en una pelea continua que no respeta ni la simbología más relevante. Por cierto, tampoco vino la presidente de la Comisión Europea ni la presidente del Parlamento Europeo ni los dos españoles vivos que presidieron el Parlamento Europeo… todo un “éxito” de convocatoria.

Más allá de la vergüenza colectiva actual, la entrada de España en la Unión Europea es uno de los hitos más significativos de nuestra historia reciente. España comenzó a llamar a la puerta de Europa en 1962, pero no nos hacían caso porque en nuestro país no reinaba la democracia. Volvimos a intentarlo tan pronto como pudimos, en el 77, y tras varios años de negociación, ser parte de la Unión se convirtió en una realidad con la firma de hace ahora 40 años.

Entramos con un PIB per cápita de poco más de 5.800 EUR, unos 21.000 de hoy tras el pertinente ajuste por la inflación, que no ha sido pequeña. Hoy superamos los 33.000, lo cual es una muestra del progreso económico que hemos gozado, sobre todo si, además, consideramos que en 1985 éramos 38,5 millones de españoles y hoy rozamos los 50. Un 60% más de PIB per cápita, con un 30% más de población. Y lo que es más importante, como dijo Alfonso Guerra, a la España de hoy “no la conoce ni la madre que la parió”.

Se han cometido muchos errores, sin duda, se ha tirado mucho dinero, también, pero es increíble el progreso que podemos medir en nuestras carreteras, trenes, aeropuertos… en gran medida gracias a los fondos de cohesión, auténtico maná que ha venido año tras año desde Europa.

Ser uno de los países pobres en un club de ricos es una auténtica maravilla. Cada año desde 1985 hemos recibido aportaciones netas, al principio muy relevantes y poco a poco menores, pero los cerca de 200.000 millones netos que dicen las estadísticas que hemos recibido serían más de 500.000 ajustados por la inflación y, sobre todo, han significado varios puntos de nuestro crecimiento del PIB año tras año, una auténtica fortuna.

Aunque nos cueste recocerlo, nuestras ciudades están más modernas y mejor cuidadas que la gran mayoría de las ciudades europeas, más que nada porque se ha metido mucho dinero, europeo, en ellas. Para poder obtener fondos había que presentar proyectos cofinanciados y por eso tenemos la segunda red de trenes de alta velocidad más grande del mundo, solo por detrás de China, un aeropuerto de categoría, aunque muchos casi no se usen, en casi cada capital de provincia y somos el tercer país del mundo con más kilómetros de carreteras de gran capacidad (autovías o autopistas), solo superados por China y Estados Unidos.

En rotondas “solo” nos quedamos en un honroso cuarto lugar mundial. Y eso es la punta del iceberg porque es incontable el número de paseos marítimos, pabellones deportivos o centros cívicos cofinanciados por Europa. Es probable que haya habido ineficiencia y, lamentablemente, también corrupción, pero parece que de algo ha servido el maná europeo.

Por ser parte del corazón de la UE y tener el euro como moneda, ni nuestra deuda soberana ni nuestro sistema bancario colapsaron en la crisis de 2012. Y qué decir tiene de la red que supuso Europa para frenar el desafío independentista de 2017 o ahora con la oleada populista que no para. España, sin Europa, podría parecerse hoy más a cualquier país latinoamericano que a Francia o Alemania.

Es verdad que Bruselas también es burocracia, que no entienden alguna de nuestras costumbres, que ahora se pasan de woke, que a veces se tira el dinero en tonterías, que es dificilísimo que se pongan todos de acuerdo, que las decisiones son lentas, que ha perdido liderazgo global… pero no me quiero ni imaginar dónde estaríamos si estuviésemos fuera de ella. Por eso es tan triste que la celebración del 40 aniversario haya quedado tan deslucida.