Entre el final de la Semana Santa y el comienzo del verano, nos sumergimos en el análisis estadístico del turismo: comparativas con el año anterior y las expectativas para la nueva temporada que ya asoma, con temperaturas que impulsan la demanda.

Este año han emergido en nuestra agenda debates que permanecían adormecidos, como la fiscalidad turística —el impuesto de estancias en establecimientos—, y uno nuevo y con fuerza creciente: las sinergias entre turismo y tecnología. Coloquios organizados por Segittur y La Vanguardia, con figuras como John Carlin y Greg Clark, han puesto de relieve la importancia no solo económica, sino también social y cultural del turismo a nivel global. La apertura social y cultural es incuestionable. Recordemos la historia de España durante el franquismo: la llegada de turistas, primero a la costa y luego a nuestras ciudades, supuso un aire fresco y un cambio palpable.

Con el paso del tiempo, España y Barcelona se han consolidado como destinos de primer nivel mundial, con todas sus ventajas, pero también con ciertas contradicciones. En este debate han surgido reflexiones provenientes de otros lugares sobre los costes que implica para los territorios la llegada masiva de visitantes: residentes temporales, limpieza, seguridad, infraestructuras urbanas que deben adaptarse a estos flujos y cómo financiar estos costes adicionales. El concepto de tasa turística, vigente en otros países europeos, comienza a implantarse en algunas zonas de España, aunque el debate sigue abierto y varía según el territorio.

El impacto recaudatorio es significativo, especialmente en Barcelona, que supera los 115 millones de euros anuales por su recargo específico. Cataluña en su conjunto ronda los 100 millones de euros. Desde el espíritu inicial del legislador en 2012 y años posteriores, que destinaba esta recaudación a la promoción turística —con la Generalitat como principal impulsora—, los municipios pronto buscaron participar de esa cuota, siendo Barcelona un referente específico.

La realidad catalana es diversa y compleja: Barcelona representa más del 80% de la recaudación, las zonas tradicionales de sol y playa un 15%, y el resto queda distribuido entre otros territorios. Actualmente, Barcelona está abriendo una reflexión sobre el destino de estos recursos: aire acondicionado para escuelas, fondos para promoción de vivienda... Propuestas interesantes para mitigar y compensar los efectos que el turismo genera en ciertos puntos concretos.

Salvo crisis imprevistas, como la vivida con la COVID-19, las cifras de ingresos no se verán disminuidas. Por ello, es oportuno comenzar a debatir otros posibles usos para estos recursos. La cultura, por ejemplo, es una clara opción: potenciar exposiciones en nuestros museos, que actualmente, debido a las políticas de mecenazgo, se concentran mayoritariamente en Madrid. Crear un fondo público-privado para reforzar las sinergias entre turismo y tecnología —un motor clave— puede ayudar en ámbitos como el ahorro energético y del agua.

Es urgente cambiar el enfoque pesimista que algunas personas tienen respecto al turismo. Todos hacemos turismo, todos viajamos. Viajar es una conquista social desde mediados del siglo XX, y las vacaciones pagadas son su símbolo más claro. Muchos críticos del turismo también viajan los fines de semana sin cuestionar que, en realidad, son turistas. Gestionar sus efectos, tanto positivos como negativos, es el gran desafío. Barcelona está afrontando este reto, mientras que la mayoría de los territorios catalanes están en otra dimensión: buscan promoción y los datos económicos en muchas comarcas lo demuestran claramente.

La interrelación entre Barcelona y Cataluña es una evidencia necesaria. Contamos con muchos turistas recurrentes y mostrar otras realidades es una oportunidad. A menudo se afirma que el turismo es una actividad económica de bajo valor añadido, pero la interacción entre turismo y tecnología ha iniciado un proceso de aprendizaje mutuo que, con todas las transversalidades emergentes, puede convertir a nuestro país en un referente.

Una realidad interesante es la dualidad entre el “front office” que ofrecemos en hoteles, campings y casas rurales, y el “back office” —las tecnologías— que lo sustentan. Sensórica, big data, inteligencia artificial, gestión de datos y recursos naturales: son los nuevos actores en un proceso cada vez más transversal y poliédrico. La aproximación económica, en consecuencia, se vuelve más compleja.