La semana pasada, el inesperado apagón dejó al descubierto una realidad que muchas veces olvidamos: nuestra dependencia creciente de la tecnología no elimina nuestra responsabilidad humana, sino que la amplifica.
Ya sean fallos técnicos, errores humanos o ciberataques, lo que se hizo evidente fue que las soluciones no vendrán exclusivamente de un lado u otro. Requieren soluciones que pasan por sistemas mixtos de decisiones entre humanos y máquinas, en un entorno donde la combinación de datos y experiencia humana con valores sean la brújula.
Este escenario refuerza la idea de que estamos inmersos en una era de humanismo tecnológico, donde la tecnología ya no es solo una herramienta, sino un socio, y, por tanto, el trabajo es mixto: humano + inteligencia artificial (IA). Ya no estamos simplemente automatizando procesos, sino entrando en un modelo de aumentación, donde el verdadero valor está en lo que hacemos con la información y capacidades que la inteligencia artificial nos ofrece.
No se trata de reemplazo, sino de sinergia. Cirujanos asistidos por visión artificial, diseñadoras con asistentes generativos, abogados apoyados por IA predictiva: estos son los nuevos equipos mixtos que redefinen el trabajo y el talento. Pero esta fusión no puede funcionar sin interpretación humana, sin juicio, sin otras habilidades y sin poner las personas en el centro. El conocimiento podrá ser compartido entre humanos y máquinas, pero el sentido del conocimiento sigue siendo exclusivamente humano.
En este nuevo paradigma nace también una nueva forma de liderazgo: liderazgo aumentado con valores. No basta con saber de tecnología, hay que saber usarla con propósito. Se requiere un tipo de líder que no se deslumbre con los algoritmos, sino que los cuestione desde la ética, que promueva entornos donde humanos se potencien gracias a las inteligencias artificiales. Este liderazgo no solo guía con eficiencia, sino con visión y sentido.
Tuve la suerte de poder hablar de este tema con Federico Mayor Zaragoza, uno de los grandes humanistas de nuestro tiempo que identificaba esto como un avance clave hacia una visión integral del desarrollo, centrado en las personas, en la educación, en su dignidad y en su capacidad de transformar el entorno.
Precisamente, este nuevo marco conceptual lo hemos definido junto con el Profesor Oriol Amat como Talento Interior Bruto (TIB), es decir, como medir el potencial de crecimiento de una sociedad no solo por su capital económico, sino por su capacidad de combinar inteligencias en una economía aumentada.
Visiones humanistas como la del Papa Francisco, en paz descanse, quien en uno de los discursos más impactantes sobre inteligencia artificial recordó que “nadie ni nada es la unicidad de sus datos” y, por tanto, ningún problema o apagón se genera o se soluciona aplicando algoritmos a un conjunto de datos. Una frase poderosa que nos invita a resistir la tentación de reducir la identidad humana a algoritmos, perfiles digitales o patrones de comportamiento.
La dignidad humana va mucho más allá de lo que una máquina puede procesar. Es precisamente ahí donde debe desarrollarse el liderazgo del futuro.
En definitiva, el reciente apagón es un síntoma. La respuesta no es más control tecnológico, sino desarrollar sistemas de predicción, control y mejora que integren humano-máquina con valores. El conocimiento podrá ser compartido con la IA, pero el juicio y el propósito siguen siendo nuestros. En esta era interdependiente, el liderazgo aumentado humanista no es una opción, es una urgencia.
Porque el futuro no lo escribirán solos los sistemas expertos. Lo construiremos juntos, humanos y máquinas, liderados por quienes sepan que el dato sin ética es solo ruido, y que el sentido del conocimiento no se programa: se cultiva con educación, seguridad y valores.