Cambiar de ideas, de conceptos, forma parte de la evolución lógica de la humanidad. Se cambia frecuentemente con los años de ideas políticas, de la visión de la economía, de verdades absolutas que con el paso de los años se convierten más en molestia que en apuesta. Es el ciclo de la vida. Diríase que menos de equipo de fútbol (quienes aseguran haberlo sustituido por otro quizás nunca tuvieron una fe profunda en su club) se puede cambiar o evolucionar de casi todo.
Ese estado de creencias cambiantes lo podemos comprobar en la actualidad, a raíz de los acontecimientos que van curtiendo a la sociedad. ¿Recuerdan ustedes el soniquete de queja a ritmo de claxon que los conductores proclamaban con su contundente No Vull Pagar, en relación a su negativa a seguir abonando la cuantía de paso de los peajes en las autopistas catalanas?
Años después, con la comprobación del deterioro de la principal autopista catalana, la AP-7, con el aumento de incidencias y de la percepción de desamparo en la ruta la sociedad ha cambiado de tercio. No me negarán ustedes que más de uno lucharía ahora por la reposición de esos peajes. Cualquier cosa menos que las vías rápidas de circulación sean como adquirir un boleto al hospital.
Algo parecido puede ocurrir tras la angustiante experiencia del gran apagón. La gente en la calle se lo tomó con relativa calma: terrazas llenas, un día diferente, pese a la gravedad y extrema incomodidad que supone estar sin servicio energético.
En los años 70 la queja social generalizada era la de Nucleares, no Gracias. Y ahora, en el momento que las centrales nucleares tienen fecha de caducidad, la sociedad está descubriendo lo que podían haber visto hace años: que sin energía nuclear -la más limpia tras las renovables- la estabilidad del sistema eléctrico puede sufrir las consecuencias.
A partir de ahora vendrá la retahíla de responsabilidades, de señalados por los fallos groseros que han dejado al país al borde del caos, pero quizás muchos críticos vociferantes que pegaron en la luna de sus vehículos el adhesivo de Nucleares, no Gracias, suavizarían en este momento sus críticas. Todo por seguir contando luz, wifi, televisión y vida acomodada.
Un país del primer mundo como España no puede permitirse errores como que tengan consecuencias tan graves como la que sufrimos el lunes de la semana pasada. Y eso que experimentamos un buen comportamiento generalizado de la ciudadanía.
Pero no se engañen: si el percance hubiese ocurrido en pleno invierno o en pleno verano la paciencia hubiera sido menor y mucho más violenta. Dicen los expertos que una sociedad que está 36 horas sin suministro energético deja de comportarse civilizadamente y se adentra en el caos. Algo que ni nos merecemos ni como colectivo debemos permitir.
Las decisiones partidistas o los errores que colocan en un riesgo extremo todos nuestros intereses deben ser revisados, analizados y cambiados. Sin paños calientes porque hay cosas con las que no se puede bromear.