En Cataluña están ocurriendo cosas extraordinarias. No me refiero a la acción de los alienígenas, ni a milagros religiosos, aunque a veces pudiera parecerlo. En la misma semana hemos asistido a la primera procesión de la Virgen de Montserrat en lo que llevamos de siglo y a la finalización de las obras de la plaza de les Glòries.
Lo de la virgen no deja de ser una curiosidad celebrada profundamente por los creyentes, pero lo de Glòries se acerca más a lo de fenómeno paranormal después de decenios sin hallar una solución conveniente. De los famosos scalextrics para agilizar el tráfico pasamos luego a una plaza saturada por obras durante años. Al final, en ese punto neurálgico de Barcelona ha salido al sol, al menos para los peatones que pueden disfrutar de una solución urbanística satisfactoria con un parque magnífico. No hay barcelonés que imaginara mejor solución para esa plaza que lleva decenios sin ser plaza, cumpliendo la función de desatascador de la ciudad en el mejor de las días.
Superada la prueba de Glòries, la ciudad debería repensar la modificación de otros espacios céntricos de la capital que no han encontrado nunca una prestación interesante para los ciudadanos. Apunten a esa lista la inefable plaza Catalunya. Pasan los años y los seres vivos que más tiempo circulan por la plaza son las molestas palomas y sus nutricionistas personales, que cada dos por tres toman la plaza con una bolsa enorme repleta de comida para alimentar a esas plagas voladoras. No hay espacio en las calles de la ciudad que no esté debidamente bombardeado por los desagradables excrementos de esas aves que ya no seducen a los niños y que a cambio siguen buscando los límites de la paciencia humana.
Hallar un salida urbanística para la plaza más central de la ciudad sería un acontecimiento tan admirado como el descubrimiento de la luz eléctrica. Y respecto a la invasión de palomas y gaviotas contamos en Barcelona con una plaza que se ha convertido en su hábitat natural: si usted desea observar una plaza donde las gaviotas se zampan a las palomas y vigilan su territorio con cierta agresividad, esa es la plaza de la Garduña, a la espalda de la Boqueria. Hace años era una plaza fea, con un párking invasor. Ahora es un territorio inhóspito para el ser humano y un espacio ideal para que alguien piense una solución.
En una situación de incomodidad se halla también la plaza de los Països Catalans, frente a la estación de Sants. Ese enclave está afectado actualmente por una de las interminables obras que sazonan el paisaje barcelonés. El problema es que para cuando finalicen esas obras no se alberga una esperanza de que esa plaza adquiera una dimensión diferente, más útil y bonita para la ciudadanía. Durante decenios ha sido un almacén de hormigón para deleite exclusivamente del ejército de los kamikazes del monopatín. Avanzar es lento y no siempre se realiza en la dirección adecuada. Pero cuando ocurre, como en Glòries, felicitémonos y cojamos fuerzas para seguir reivindicando la senda correcta.