Las guarderías de Barcelona han dejado de servir cerdo en el menú para, según explicó el ayuntamiento, proporcionar una “alimentación más inclusiva y adaptada a las realidades diversas de los alumnos”.
Nótese que en ningún momento se habla de “religiones diversas”, eso sería impensable en nuestra aconfesional realidad, sino de “realidades diversas”, que es una expresión mucho mejor porque no significa absolutamente nada. No es que hayan dejado de servir cerdo porque los musulmanes lo tienen prohibido, eso jamás, sino porque a algunas realidades no les apetece comerlo, y hay que tener en cuenta todas las realidades diversas.
Si de entre todas esas realidades diversas hay una a quien la medida le parece de perlas, es a la realidad porcina. La noticia ha sido acogida con alegría y alborozo por parte de todos los cerdos catalanes, que no son pocos, 8,2 millones según el último censo, una cifra curiosamente semejante a la de humanos catalanes. A cada catalán le corresponde un cerdo, con su panceta, sus pies, sus jamones y sus embutidos, sólo pensarlo ya se le hace a uno la boca agua. Esta similitud entre catalanes y cerdos, es de desear que solamente numérica, habrá pesado sin duda en el ánimo de los responsables municipales a la hora de postergar del menú a los gorrinos.
Nótese que del cerdo se aprovecha todo, y que “els catalans, de les pedres en fem pans”, conque nos parecemos hasta en sacar beneficio de todo. Con tanta afinidad, comer cerdo en Cataluña equivale casi a comerse a un catalán, un acto de antropofagia, hace bien el Ayuntamiento de Barcelona de evitarlo a los más pequeños, es en esa edad cuando se pillan los malos vicios alimentarios.
Sin embargo, la alegría de los cerdos catalanes no es completa, no puede serlo hasta que se prohíba su consumo también a los mayores de edad, y que en los restaurantes dejen de servir lomo rebozado, tapas de morro o trozos de fuet. Sólo podemos recomendar calma a esos puercos impacientes, entre los cuales no faltan madres desesperadas que temen -comprensiblemente- por la vida de sus cochinillos. Quédense tranquilas esas madres hoy preocupadas, tarde o temprano esa norma de los jardines de infancia será adoptada en restaurantes, bufets, bares de carretera y hasta en el bar del Congreso. El de las guarderías es un pequeño paso para un cerdo, pero un gran salto para la gorrianidad.
Alguien podrá pensar que la medida supone un agravio comparativo para conejos, pollos, vacas, corderos y hasta caballos, que van a continuar sirviendo de alimento a los pequeños. Aquí no hay nada casual, y si los marranos han conseguido librarse de formar parte del menú es porque llevan muchos años de lucha.
Ya George Orwell, en su Rebelión en la granja, daba detalles hace 80 años de una revolución porcina liderada por el cerdo Napoleón, en la que los insurrectos llegaron a declarar enemigo a todo el que caminara sobre dos patas. No hay constancia de que las pusilánimes ovejas -siempre dispuestas a seguir al líder como un rebaño- ni las cobardes gallinas iniciaran nunca una lucha parecida, por lo que tienen más que merecido continuar cayendo en las cazuelas de las guarderías. Quien algo quiere, debe luchar por ello.
No es por azar que la reforma alimentaria en favor de los puercos haya nacido en la capital de Cataluña, desde donde presumiblemente va a extenderse por todo el mundo civilizado. En Cataluña, indultar o amnistiar a los cerdos no es ninguna novedad, existe cierta tradición al respecto. Los hay que incluso esperan la amnistía en el extranjero, no sea que vengan aquí y alguien se los coma. Aunque mejor no dar nombres.