El sorprendente, aunque esperado, fallecimiento del Papa Francisco deja la silla de San Pedro vacía, en un estado que el derecho canónico denomina Sede Vacante y que se representa por un conopeo, una especie de parasol rojo y amarillo, del que cuelgan dos llaves, una de plata, la del poder terrenal, y otra de oro, la del divino, pues lo que ata el Papa en la tierra, queda atado en el cielo.
Nos ha dejado un Papa bastante controvertido, querido por quienes ignoran a la iglesia y respetado por quienes la quieren. No dejan de ser sorprendentes los elogios hacia él de quienes hacen todos los esfuerzos por hacer más y más laica nuestra sociedad, o de la premura en decretar tres días de luto por un Gobierno incapaz de felicitar la Pascua a sus ciudadanos cuando, sin embargo, le ha faltado el tiempo para felicitar el Ramadán.
También sorprende nuestro presidente de Schrödinger, que está y no está. Sale compungido en la tele, pero no va al funeral. Tal vez debiera mirarse en Macron, líder del Estado más laico de Europa y que no hace ascos ni a reinaugurar Notre Dame por todo lo alto ni a representar a su país en las exequias. Suerte que tenemos a los Reyes que siempre saben estar donde les corresponde.
Estas contradicciones tal vez sean parte del legado que nos deja Francisco, obseso con los símbolos y con los gestos en una especie de populismo cristiano, olvidando a veces que la religión es, sobre todo, liturgia, o sea, forma. Su anhelo por ensanchar la base le llevó a viajar a lugares sin casi católicos, olvidando países como España o a ciudades como Santiago, o a hacer Cardenal a un joven misionero en Mongolia, ignorando, por ejemplo, al arzobispo de París, que no es cardenal, y a cuya ciudad no acudió en la reapertura de Notre Dame.
Está bien buscar nuevos fieles, pero también hay que reforzar los que hay en una sociedad cada vez más laica y, también, cada vez con más inmigrantes de otras religiones. En Francia, ya sólo el 52% de la población se declara católica, y bajando, mientras que el 11% es musulmana, y subiendo.
La religión cristiana es la más profesada del mundo, con más de 2.300 millones de practicantes, seguida del Islam con 1.800 y el hinduismo por 1.200. El problema del cristianismo es que su praxis cada vez está más y más descafeinada. Los estados en los que era fuerte se van convirtiendo en aconfesionales, dando más relevancia a la religión de los recién llegados que a la suya propia, en eso España no es una excepción. Europa es lo que es gracias al cristianismo y ahora parece que nos queremos olvidar. No se trata de convertirnos en una teocracia, sino de respetar, y hacer respetar, nuestras raíces y cultura. Por eso el relativismo cultural es tan peligroso, y más en la cabeza de las instituciones.
Es imborrable la bronca que le echó San Juan Pablo II al sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal por meterse en política, tanto que fue ministro. Sería interesante conocer la opinión del último Papa santo sobre algunas de las opiniones, y acciones, de Francisco, entre otras el levantamiento de la “suspensión a divinis” que dictó en 2019, 35 años después de la imposición del castigo por ejercer de político, tal y como dicta el derecho canónico.
Comienza ahora un periodo transitorio de unos 20 días de media, aunque nadie garantiza que no puedan ser muchos más si no hay acuerdo casi unánime, pues se elige por una mayoría superior al 75%. Será en estos días cuando se especule más que nunca, donde nos hablen de las profecías de Nostradamus, y donde se extienda el cuñadismo que tanto abunda en la sociedad y en las tertulias.
Luego, los que profesan la fe seguirán lo que dicte el Papa 267 a pie juntillas, y quienes no, le ignorarán, usando sólo su autoridad cuando les convenga, como ha convenido la figura de Francisco en demasiadas ocasiones a la izquierda populista, desde Manuela Carmena a Yolanda Díaz, quien, por cierto, sí acudirá al funeral del Santo Padre.
Si nuestra sociedad está dividida, también lo está, lamentablemente, la Iglesia. Veremos un cónclave en el que por un lado los conservadores querrán reafirmar la liturgia y los dogmas y los progresistas, relajarlos aún más para entrar en temas que no competen a la religión, como el cambio climático o las tensiones migratorias, todo ello aderezado con el componente geográfico, porque hay quien dice que “toca” un Papa asiático, otros que africano, algunos que italiano e incluso hasta algunos medios de aquí ya han hecho catalán al turolense Cardenal de Barcelona, no sea que salga elegido.
Que la Iglesia se meta en charcos que no le toca no es algo de ahora. En España hemos padecido la connivencia de buena parte de la Iglesia catalana con el independentismo y lo que es peor, de la vasca con el terrorismo. Benedicto XVI trajo un soplo de teología a la Iglesia que no le vino nada mal, ojalá el nuevo Papa se dedique a las cosas espirituales y no entre en las terrenales, que para eso están los políticos de uno y otro color.