Una carterista fue ayer detectada, interceptada, retenida en un vagón del Metro de Barcelona por una de esas patrullas ciudadanas que ante la inoperancia de las autoridades se dedica voluntariamente, gratis et amore, a estos menesteres tan desagradables. Según leímos ayer en El Periódico, 265 delincuentes multi-reincidentes acumulan 4.676 delitos en medio año en Barcelona. Entre ellos figura con matrícula de honor esta carterista, ya algo entrada en años.
 
Lo asombroso, de lo que ha quedado constancia en un vídeo de Youtube, y de lo que ayer se reían las redes sociales y los diarios digitales, es que mientras los miembros de la patrulla increpaban a la ladrona, brotó desde el fondo del vagón una joven afeándoles la conducta a gritos:

-¡Dejadla puto en paz!... ¡Se va para allá y ya está!

-¡Pero si es carterista…! --responde, extrañado, un miembro de la patrulla.
 
La taradita, a la que nadie había dado vela en ese entierro pero se sentía impelida a la solidaridad con la ladrona, gritando como una posesa responde:


-¡Me da igual! ¿Qué más da una cartera? ¡A mí lo que me importa es que me toquen!
 
Esta tonta es lo que se viene llamando “una Charo”. La “Charo” es la variante española de la “Karen” norteamericana. Los americanos llaman “una Karen” a un prototipo de mujer blanca, de mediana edad, de clase media-alta, arrogante y exigente, que protesta por cosas insignificantes y trata con desprecio a los subordinados, que son toda la humanidad salvo ella y su marido.

En cambio, en España se ha venido en llamar “una Charo” a la mujer feminista, de media edad, combativa y dogmática, rauda en aleccionar al prójimo y en manifestar su opinión (siempre progresista y maniquea) aunque nadie se la haya pedido.
 
Charo y Karen son prototipos sociales muy diferentes, pero tienen en común el pleno convencimiento de estar en posesión de la razón y también de su arrogante derecho a proclamarla.

Así pues, sin que nadie la llame irrumpe desde el fondo del vagón la joven con su jersey violeta y exclama:

-¡Me da igual! ¿Qué más da una cartera? ¡A mí lo que me importa es que me toquen!


Esta última frase la delata como una Charo. Mal está, desde luego, que en los apretones del metro algún tarado aproveche para palparle el culo a alguna mujer, pero ¿qué tendrá que ver eso, y todas las cosas que a la Charo le importan o dejan de importarle, con el conflicto que allí se estaba viviendo, o sea la presencia de una ladrona?
 
Mientras la Charo gritaba, los pasajeros, en su bovina pasividad tradicional, miraban al suelo, seguramente pensando en si el domingo irían a la playa, o en si de cena habría lentejas, o acaso en alguna tragedia abrumadora en la familia…
 
Es tan disparatada e irracional lo que con tremenda vehemencia grita Charo que, naturalmente, unos se hacen cruces y otros se parten de la risa. Los comentaristas más de derechas la acusan de ser una podemita o una ultrafeminista. Otros la consideran un signo de lo decadentes que nos hemos vuelto los catalanes. Algo de todo eso hay, no cabe duda.
 
Pero yo la actitud de Charo al ponerse del lado del delincuente y enfrentándose a las fuerzas del orden, del lado del que te hace daño y contra quien te defiende y defiende a la colectividad, la incardino en un signo de los tiempos: en toda una serie de fenómenos nacionales e internacionales por los que las sociedades se hacen daño a sí mismas sin que nadie las obligue.

En Cataluña, tuvimos el procés, o sea diez años de esfuerzos estériles, un capricho que nos ha costado carísimo. En Gran Bretaña, el Brexit, por el que en nombre de su independencia las Islas dañaron sustancialmente su propia y privilegiada posición económica. En Estados Unidos, con la elección, no una sino dos veces, y sin que nadie les obligase, de Trump el Catastrófico, se anuncia ya el caos y la recesión.
 
Ahora tenemos además a los animalistas que se regocijan cuando el toro hiere al torero, y a Charo. Veo aquí signos de gran tribulación, anuncios del Apocalipsis. Lo siguiente quizá será ir al doctor para pedirle que nos inocule algún virus, alguna bacteria, algún bacilo. Espero equivocarme.