Probablemente, aún haya algún empleado de caja de ahorros que no sea consciente de que perdió su empleo cuando a su entidad la “rescató” un banco porque hace 20 años alguien concedió una hipoteca a una pareja con empleo precario en Luisiana.

Como no fue un caso aislado, sino una práctica extendida por todo Estados Unidos, en primavera de 2007 se vieron los primeros síntomas de lo que acabó siendo la segunda crisis financiera más grande de la historia, con permiso de la Gran Depresión de 1929.

Posiblemente, aquella hipoteca que nunca se tuvo que conceder se vendió a otra entidad que, a su vez, se la trasladó a un banco de inversión. El banco, pata negra del sector, creó productos complejos, sintéticos, les llamaban, combinando créditos buenos con malos, esperando que nunca todo pudiese ir mal a la vez… y fue mal. 

De una crisis de un producto en un país se pasó a una crisis financiera global el 9 de agosto de 2007, fecha en la que estuvimos muy cerca del colapso financiero global. A partir de entonces se desencadenó un tsunami que arrasó las finanzas de medio planeta.

España, que nada tenía que ver con productos sintéticos, quedó con sus vergüenzas al aire, excesivo apalancamiento, especialmente en el sector hipotecario, y los más débiles, una gran mayoría de las cajas de ahorro y algún banco, cayeron y a punto estuvo de tener que ser rescatada toda la deuda soberana del país.

Que alguien de Mataró o Vigo se viese afectado por decisiones tomadas en Luisiana muchos años antes evidencia la interconexión de nuestro mundo y lo complejo que es el sector financiero

Lo que está ocurriendo ahora en Estados Unidos es evidente que nos va a afectar, y mucho. La Administración estadounidense se ha puesto dos objetivos muy claros, reducir el déficit comercial y bajar la deuda sin subir impuestos

Para eso ha comenzado con su batalla comercial y con recortes de gastos tanto dentro del país como en organismos multilaterales, incluida la defensa.

Pero estas acciones posiblemente tendrán más repercusiones que el encarecimiento de las importaciones o, algún día, una cierta reindustrialización.

Los efectos en el mundo financiero serán muy relevantes y alguna señal ya se está transmitiendo de que el movimiento ha comenzado.

Afortunadamente, en la Administración estadounidense no hay muchos porteros de discoteca o cajeras de gran superficie.

Los curricula de la mayoría de secretarios (ministros) y asesores son espectaculares, tanto académicos como profesionales, lo que permite al menos pensar que no van a hacer muchas tonterías.

Pero lo que no garantiza ningún doctorado en Harvard o en el MIT es que se evalúen y limiten todos los efectos colaterales de una ecuación con demasiadas variables y el experimento salga mal.

Esta Administración trata de tener un dólar débil, un petróleo barato y tipos de interés bajos, todo ello mientras todo el mundo siga confiando en su sistema. Son demasiadas cosas sobre las que, además, se influye indirectamente.

El dólar bajo permite exportar mejor que importar, algo totalmente alineado con la primera misión, reducir el déficit comercial. Pero no hay que olvidar que casi la mitad de los dólares en circulación, y una parte muy relevante de la deuda soberana, está en manos de terceros países.

Estados Unidos no puede controlar al 100% su moneda, aunque quiera y está expuesto a movimientos, incluso a agresiones, de terceros. 

No está claro si las fluctuaciones de valor del bono norteamericano de los últimos días se deben a movimientos especulativos de fondos norteamericanos agresivos o son ya avisos desde China, cuya capacidad de desestabilización no es ni mucho menos menor. 

Trump quiere el petróleo barato, pero si está muy barato tampoco le sirve. Por debajo de 40 dólares el barril, el petróleo norteamericano no es rentable, por debajo de 30, el fracking es una ruina.

Tirar los precios parecería más una táctica de los países del Golfo, con costes de extracción bajísimos, que de Estados Unidos, tanto que, si aprieta mucho, la OPEP+ podría inundar el mercado para hacer reflexionar al 47 presidente llevando el petróleo a 20 dólares el barril o menos.

La Reserva Federal es quien manda a la hora de fijar los tipos de interés y para eso se necesita tener la inflación controlada, algo no sencillo con la actual política arancelaria y la economía renqueante.

La proverbial autonomía de la Fed va a poner difícil lograr este objetivo en el corto plazo.

Y, finalmente, Estados Unidos necesita que el mundo confíe en ellos, entre otras cosas, para que la mayoría del comercio internacional se siga nominando en dólares.

Sería una auténtica tragedia financiera, ahora no descartable, que el petróleo no cotizase en dólares, sino en una cesta de monedas.

En un mundo multipolar, con el emperador de occidente peleándose con todos a la vez, incluso con sus aliados, el Sur Global podría dar un paso al frente, y eso podría significar el fin del dominio global de Estados Unidos.

Estamos viviendo el comienzo de una ola que no sabemos cómo nos afectará dentro de cinco o diez años.

Lo que sí sabemos es que, de momento, quienes tenemos fondos de inversión o planes de pensiones somos un poco más pobres que antes de comenzar esta historia.

Confiemos en que los mercados se recuperen y no se pongan aún más complicados, pero, sobre todo, que dentro de unos años la ola que ahora se inicia no se convierta en tsunami.