En A Calzón quitao, un título tan castizo como provocador, el presidente del PP catalán, Alejandro Fernández lleva a cabo un ejercicio de sinceridad, y en buena medida lo cumple. Estamos ante un político de origen humilde, hecho así mismo, que ha sobrevivido a los vaivenes de un partido que en Cataluña parece condenado a la irrelevancia, y por ello nos ofrece un análisis descarnado de los errores de su formación, tanto en el ámbito autonómico como en su relación con la cúpula de Génova. Pero, como suele ocurrir con los gritos en el desierto, uno se pregunta si alguien en su partido lo escuchará o si, por el contrario, este libro será otro clavo en el ataúd de su cuestionado liderazgo.
El texto arranca con una tesis tan contundente como difícil de rebatir: el PP en Cataluña (y el vasco, por extensión) es una “auténtica trituradora de líderes”. Fernández no se anda con rodeos y señala a Génova como el verdugo implacable que, con sus “dedazos” y bandazos estratégicos, ha condenado a sus dirigentes territoriales a un ciclo de fulgurante ascenso y cruel defenestración. Desde Alejo Vidal-Quadras a Josep Piqué, pasando por su propia experiencia, el autor traza una genealogía del fracaso que hasta ahora no deja títere con cabeza.
Es un diagnóstico valiente, pero también un tanto ingenuo: ¿acaso espera que la maquinaria de un partido vertical y centralista como el PP cambie su ADN por las reflexiones de un líder periférico sin grandes padrinos? El vacío que anteayer le hizo la cúpula de Génova deja poco lugar a dudas, y refleja al mismo tiempo la falta de astucia de Alberto Núñez Feijóo, pues el jefe de su partido en Cataluña es alguien que merece ser escuchado con atención.
Donde Fernández acierta de lleno es en su crítica al espejismo del “unicornio moderado” del nacionalismo catalán. Su rechazo a la nostalgia del Pacto del Majestic y su advertencia contra las políticas de apaciguamiento hacia Junts son un soplo de aire fresco en un panorama donde demasiados constitucionalistas aún sueñan con una Convergència que ya no existe.
“No podemos pactar con quien quiere destruir España”, sentencia, y uno no puede evitar asentir ante la claridad de la afirmación. Sin embargo, el libro cojea cuando intenta articular una alternativa sólida. Fernández aboga por un constitucionalismo combativo y autónomo, pero sus propuestas se quedan en el terreno de lo genérico, como si temiera concretar demasiado y exponerse a las iras de sus correligionarios. De ahí que apunte un poco, pero no verbalice la idea de la España federal para la organización territorial, la única alternativa jurídica y emocional que puede plantar cara a la deriva confederal del modelo autonómico que está en marcha por parte de Pedro Sánchez y sus socios separatistas.
El estilo de A calzón quitao es directo, con un toque de ironía que alivia la densidad de sus reflexiones. Fernández se ríe de sí mismo, se describe “bailando breakdance en el alambre”, y de sus adversarios (cuando describe a Salvador Illa como el “yerno ideal” que, sin embargo, no duda en abrazar el ideario nacionalista).
Pero esta ligereza no oculta una cierta amargura: la de quien sabe que su mensaje, por muy bienintencionado que sea, probablemente caiga en saco roto. La ausencia de la cúpula del PP en la presentación del libro en Madrid, como han destacado los medios, es un símbolo elocuente de su aislamiento, y de lo mal que han sido recibidas otras muchas propuestas para democratizar su formación, como la celebración de primarias internas y la reforma del sistema electoral para ir a un sistema de listas abiertas.
En suma, A calzón quitao es un testimonio valioso sobre la crisis del centroderecha en Cataluña y un alegato apasionado por un PP que deje de “hacer el primo”. Pero también es un recordatorio de las limitaciones de un partido que parece incapaz de reinventarse. Fernández ha puesto el dedo en la llaga. Otra cosa es que alguien en Génova esté dispuesto a curarla.