Este tiempo loco que nos ha tocado vivir en los últimos meses, con lluvia abundante, con temperaturas cambiantes, ha traído a la ciudadanía una magnífica noticia: la Generalitat da por finalizada la alarma de sequía tras la recuperación de los pantanos en el eje Ter-Llobregat, que abastecen a seis millones de personas.

Eso significa que, al menos oficialmente, se ha acabado la preocupación de tener que moderar el consumo o directamente lamentar la prohibición para el regadío o el llenado de piscinas.

Vuelve, pues, la normalidad en la vida cotidiana de los catalanes aunque sería recomendable, precisamente en este instante, que rebobináramos en nuestros recuerdos para no olvidarnos de la dramática situación que vivimos, la angustia por la restricción del consumo, la alteración de la vida del confort y el escenario sombrío que apuntaba al presente de la sociedad catalana hace tan solo unos meses atrás.

Digo esto porque, aunque la situación en la actualidad ha escalado a épocas felices del 2021, en cuanto a capacidad de almacenamiento de agua, la ciudadanía tiene que seguir vigilante y reivindicativa para que las promesas de las administraciones cuando estábamos en el peor momento de la crisis puedan cumplirse.

Se trataría de no repetir el ejemplo que ya ocurrió en el arranque del siglo XXI en Cataluña. En aquella ocasión, una sequía severa azotó a este trozo nuestro del litoral mediterráneo y la cuestión se alivió con la promesa de un conseller de rezar a la Virgen de Montserrat.

Volvieron las precipitaciones, las lluvias, y todas las cuestiones que se plantearon para evitar que pudiera repetirse en el futuro, esa situación acabaron tan olvidadas como los compromisos adquiridos por Casanova con sus amantes. Cuando el año pasado la sequía volvió a actuar sin piedad, casi ninguna de las soluciones que anunció la Generalitat hace 20 años se había implementado.

Se trataría de no repetir el tormentoso espectáculo en el que se vieron millones de catalanes: con los embalses en las últimas y con la amenaza de abrir el grifo y que nada saliera por ese tubo.

Las promesas oficiales afirman que, pese al abandono de la amenaza por sequía, los planes no quedarán relegados en el olvido. Sería lo recomendable para una sociedad que está en el podio cuando se trata de pagar impuestos, y que con el particular y fluctuante ritmo de respuesta de los fenómenos meteorológicos, las comarcas catalanas volverán a sufrir la dictadura de la escasez de agua en algún momento en el futuro. 

Sin duda, uno de los factores de progreso económico y social que necesita Cataluña, además de ampliar el aeropuerto y de pelear la batalla por el liderazgo económico, es que la industria y el bienestar de los ciudadanos no tenga que depender del número de borrascas que cubren los cielos.