Hay que felicitar a la fiscalía de Barcelona por iniciar investigaciones, que sin duda serán exhaustivas, sobre la acusación de un ciudadano que reclama haber sido torturado en la comisaría de Vía Layetana en… 1977.
Hace de aquellos hechos casi 50 años. Por cierto, que en aquella época yo mismo fui apalizado injustamente en el subterráneo de la plaza de Cataluña, por un montón de polis de la entonces temida “brigada de Valladolid”, a los que se distinguía porque llevaban al cuello un pañuelo amarillo. Eran temibles: “¡Son los de Valladolid!” Tenían una reputación terrorífica.
Me apretaron contra un rincón y me golpearon de lo lindo, con un ensañamiento subnormal. Aunque, no sé por qué, no me detuvieron. Se ve que se conformaban con golpear, tenían dentro una rabia extrema que, a posteriori, racionalizando el caso, pensé que se debía a que ellos eran unos peones del Estado, mal pagados, dedicados a una tarea desagradable, y que sencillamente detestaban a los jovencitos como yo, que les debían parecer unos pijos catalanes (o sea, privilegiados) que se permitían el lujo, para ellos inaccesible, de desafiar a la autoridad en el espacio público, y luego regresaban a sus confortables domicilios. Burgueses. Y eso era la verdad.
Volví a casa humillado, ofendido, y prometiendo tomarme algún día la venganza, tomarme la revancha, matar, en cuanto se me presentase la ocasión, a un policía.
Al cabo de dos días ya me había olvidado de la terrible, imperecedera ofensa, y me dedicaba a escuchar en el tocadiscos a Bob Dylan, a estudiar en la universidad y a escribir chorradas para convertirme en escritor. O sea, lo que hace todo el mundo, más o menos. Hay quien prepara oposiciones, hay quien aprende un oficio.
O sea que, sin necesidad de ayuda psicológica, me “curé” –por emplear una expresión hoy en boga- del odio que anidaba en mí a raíz de aquella paliza brutal y a todas luces injusta. Aunque es cierto que cada vez que paso por el subterráneo de la plaza Cataluña, observo con aprensión cierto rincón y siento una especie de escalofrío. ¡Eran 10 o 12 los polis de la Valladolid los que se enseñaron conmigo, indefenso e inocente!
Han pasado las décadas, me he hecho un hombre, he sufrido de la vida disgustos tremendos y he disfrutado de grandes placeres, y he superado aquel trauma insignificante, faltaría más. Y cuando leo que una víctima del franquismo exige reparación porque en el año 1977 le torturaron en Vía Layetana, no puedo sino encogerme de hombros: ¿Sigues vivo, desdichado? ¿Sí? Entonces, ¿de qué demonios te quejas? ¿Qué has hecho con tu vida? ¿No sabes lo que pasó con tanta otra gente? ¿No sabes lo que pasa ahora en el mundo? ¿No te has enterado de que hay dos guerras de exterminio
¿Has movilizado a la fiscalía, que sin duda está desocupada, aburridísima, para que encuentre la bala que mató a Prim?
Hace un par de años (o cinco o seis, el tiempo pasa que es una barbaridad) me encontré en la Rambla Cataluña con Rafael Argullol, y hablando, hablando en confianza, me contó que durante el franquismo ingresó en la cárcel –y para ingresar en la cárcel había que pasar por los calabozos de Vía Layetana- no una, sino dos veces, pero que no lo decía ni lo escribía porque no quería alardear de víctima, como hacían otros. Quizá traiciono aquí su confianza, pero le ruego que me excuse, lo hago por admiración, porque ir a la cárcel es lo más repugnante que te puede pasar, pero ir dos veces y callártelo me parece digno de admiración.
¿A ti te apalearon en 1975? Pero sobreviviste, ¿verdad?. Y 50 años más tarde exiges reparación. Buscas al cruel torturador. Pero estamos en el 2025. Seguramente ha muerto. Los palos que te dieron entonces ya nadie te los quita. Pero si quieres reparación, ¡anda a buscar la bala que mató a Prim!