Últimamente, con los recursos que provienen de Europa, los llamados Next Generation, todos los actores públicos están licitando proyectos de obras muchas veces rescatadas de los cajones de la crisis del 2010. La buena noticia es ver y constatar que se empiezan a finalizar obras largamente deseadas. La lista es larga.
Otro buen dato es también acabar y finalizar los proyectos, que afectan a carreteras, centros de innovación, mercados de abastos, regeneración de agua, centros de salud, fibra óptica, parques solares, eólicos, etcétera.
Sin embargo, vale la pena distinguir entre inversión, mayoritariamente obra nueva, y gasto de mantenimiento, sin caer en la tentación hamletiana de optar por una cosa o la otra. La inversión, la inauguración, dan la foto; en cambio, el mantenimiento genera olvido y sufrimiento. Inaugurar da la oportunidad para el lucimiento; el mantenimiento, nadie sabe quién pagará los platos rotos si algún día hay un problema. No olvidemos que, para la mayoría de las obras, entre el diseño y la ejecución pueden pasar años y los responsables públicos acostumbran a cambiar.
El cambio climático que vivimos nos da demasiados ejemplos que dejan en evidencia las necesidades y, al mismo tiempo, las dificultades que tenemos que afrontar para mantener unas infraestructuras en buen estado de conservación.
Creo que tenemos que adjuntar a los debates de las inversiones -especialmente, en las sedes parlamentarias o consistoriales- que se han de acometer en cualquier territorio no sólo el coste de la inversión, sino también la previsión del coste de mantenimiento. La inversión real es puntual, pero el gasto en el mantenimiento debe ser constante.
Este comentario viene a colación de las diferentes noticias que surgen últimamente sobre las inversiones previstas en los próximos años. Separemos lo que es proyecto nuevo, inversiones (una estación de tren, un puente, una escuela, un hospital, una carretera) y lo que correspondería al mantenimiento de las citadas intervenciones. Es un ejercicio de responsabilidad y pedagogía. Hay mucha infraestructura pública, escuelas, centros sanitarios, carreteras, vías férreas, etcétera, que están adoleciendo de un mantenimiento adecuado. Todos tenemos en la mente ejemplos cotidianos que nos preocupan y ocupan.
El reto será enorme. Afortunadamente, estamos teniendo este plus de inversiones con las transferencias que vienen de Bruselas, directamente, o vía Madrid.
En el ámbito del mantenimiento es donde debemos actualizar los modelos y formatos de la colaboración público-privada, debemos prescindir de dogmatismos ideológicos para el buen fin de los servicios públicos.
El sector público no va a poder mantener los costes de gestionar tantas nuevas infraestructuras. Si la única opción es llevar una gestión totalmente publica, y la propuesta es incrementar la carga fiscal, puede tener efectos negativos en la percepción ciudadana.
Mantener el Estado del bienestar exige una doble mirada: a corto plazo, el que la ciudadanía visualiza, vive y, a menudo, sufre hoy, como ya he mencionado; y la proyección de las necesidades futuras. No es incompatible, al contrario, trabajar y planificar un futuro mejor. Requiere, en la actualidad, tener mantenimientos excelentes. Hemos perdido muchos años en otros debates, ahora seamos prácticos.