El papel económico de Barcelona en España siempre está en el punto de mira de la sociedad empresarial, la civil y la política. Y así debe ser porque el futuro de la capital catalana dependerá de la importancia que adquiera dentro del panorama económico nacional, gracias a la actividad y a la inversión, venga de donde venga.
Una entrevista en Metrópoli Abierta al teniente de alcalde económico del ayuntamiento barcelonés, Jordi Valls, ahondaba en el asunto. El edil, hombre con experiencia en la gestión política de la economía, sostenía la necesidad de un mayor protagonismo de la ciudad y reivindicaba mayor atención del Ibex-35 hacia Barcelona. El poder político debe empujar y presionar en esa dirección, pero las cosas no ocurren sólo por la apuesta personal de los munícipes.
Barcelona tendría que gozar de mayor atención de la élite empresarial española. La historia y el peso de la capital catalana lo acreditan, pero para pesar más hay que acumular todos los activos posibles. Barcelona está realimentando sus fortalezas después de unos cuantos años en los que en lugar de pisar a fondo el pedal de la productividad, la ciudad optó por sucumbir en un fatal barbecho voluntario.
Durante bastantes años, demasiados, la política catalana estuvo más pendiente de las ensoñaciones independentistas que de llevar el timón que necesita la gestión. Y la local, paralelamente, vivió maniatada por los particulares criterios del crecimiento económico podemita. La combinación de estos factores acabó vertiendo gasóleo en un depósito de gasolina y el daño para la ciudad fue inapelable. El nuevo equipo de gobierno ha sacado a la ciudad del taller mecánico, pero sigue haciendo falta sumar propiedades para colocar a Barcelona en el lugar que merece.
Por ejemplo, uno de los factores que se antoja clave para alumbrar un nuevo despegue económico de Barcelona será concretar la futura ampliación del aeropuerto de El Prat. Los criterios políticos ultraizquierdistas siguen colocando palos en las ruedas a esta posibilidad y esa decisión, de no ejecutarse, condenará la ciudad a un permanente papel secundario en la actividad económica nacional. El parón de los últimos años será difícil de recuperar, pero ese frenazo se convertiría en un gap imposible de salvar si por ese buenismo mal entendido la capital de la comunidad que fue capaz de conectar a España con Europa dejara de ser protagonista.
Es cierto que la aritmética del gobierno de Barcelona no ayuda a pensar en situaciones de estabilidad. Gobernar en minoría tiene grandes lagunas y, entre ellas, la dificultad de acometer planes a lo grande que pueden molestar a otros grupos políticos. Collboni tendrá que idear una situación que resuelva esa debilidad antes de que las urnas del 2027 puedan aportarle más árnica negociadora. Lo que haga falta para que los grandes planes despeguen con la ciudad si realmente queremos que la alta economía nos tenga en cuenta.