Elogiaba Xavier Salvador el otro día la conferencia de Salvador Illa en Madrid, en la que el president de la Generalitat se presentó de forma desacomplejada, hablando de estabilidad institucional, de superar miedos y desconfianzas mutuas.

En la capital del Reino hasta los más peperos aprecian el cambio de onda que se ha producido en la Generalitat, y nadie puede negar que el líder socialista catalán es leal a España y a las instituciones, empezando por la Corona.

En Madrid, donde muchos continúan confundiendo la parte con el todo, seguramente porque en el Congreso los únicos que hablan en nombre de toda Cataluña son los independentistas, el discurso de Illa sigue siendo una novedad y es acogido con agrado, particularmente por el mundo económico.

Ahora bien, en Barcelona empieza a gastarse después de medio año, pues con eso solo no basta. Desde aquí lo que dice el president ya lo hemos oído muchas veces. La normalidad no da para llenar toda una legislatura, más aún si es una verdad a medias, ya que la prueba del nueve de ese discurso son los nuevos presupuestos que no llegan.

Los parches con los suplementos de crédito están bien, permiten gobernar el día a día, pero dejan en el aire proyectos clave de la legislatura, como la ley de barrios o el ambicioso plan de vivienda.

Para este año, nada, y para el 2026 ya veremos. Tampoco en los medios públicos de la Generalitat se ha producido un cambio muy notable. Las tertulias siguen en manos mayoritariamente de los separatistas. Por no hablar de las mañanas de RAC1.

Por otro lado, lo que llama la atención es que Illa consienta con que ERC y Junts negocien dineros y nuevas competencias para la Generalitat sin que el Govern que él preside intervenga en ningún momento, aunque sea para poner el broche final a la negociación en la Comisión Mixta con el Estado.

El PSC acepta una marginación política que rebaja la estatura presidencial de Illa a la de un gestor/administrador del autogobierno, justamente el tipo de caricatura que a los independentistas les gusta lanzar. Y encima, tanto Junts como ERC colocan a su gente en los organismos o empresas participadas por el Estado español que pretenden destruir.

En el final del artículo del editor de Crónica Global hay también una crítica a “la obediencia ciega al PSOE y a Sánchez”, a esa falta de autonomía del PSC que se convierte en un excesivo seguidismo del Gobierno.

Illa jamás será un barón díscolo, ni falta que hace, pero efectivamente se echa en falta que levante la voz y diga lo que piensa. Tampoco expresa nunca ni por asomo ningún deseo de contrariar a los independentistas, y todo le parece “legítimo”, incluso cuando ERC no le apoya las cuentas porque Oriol Junqueras prefiere hacerse el cuco.

Hay asuntos como el energético que es incomprensible que el actual Govern no plantee dudas sobre el cierre nuclear cuando tanto la UGT como Foment están a favor de prolongar la vida de las centrales. Al final, será Junts quien haga bandera de este asunto, y se apunte otro tanto.

Salvador confía en que Illa se emancipe. Emanciparse, pienso yo, para tener un relato que no sea la asunción dócil de las exigencias de los nacionalistas, siempre en la dirección confederal (el discurso federalista se reserva ahora para Europa), y que no les entregue el monopolio de la defensa de los intereses de Cataluña en Madrid. Tras más de medio año ya como president, mi duda es: si no es ahora, ¿cuándo?