Los cuernos están de moda, aunque en Cataluña han sido siempre cosa más bien ostentosa y nunca han dejado de estarlo. Al contrario que en otras latitudes, donde la cornamenta era motivo de vergüenza y en bastantes casos hasta causa de crímenes pasionales, en Cataluña esas cosas se han tomado tradicionalmente con flema británica, o incluso más, porque se lucen con ínfulas. Conocida es la leyenda de las dos señoras de la burguesía que asistían a una función en el Liceo, y una de ellas señaló a una jovencita que se sentaba en la platea.

-Mire, ¿ve aquella señorita? Es la querida del señor Campmajor.

-Uy, qué ordinaria. La nuestra es mucho más guapa y elegante- respondió la otra señora, orgullosa de la querida que se había buscado su marido.

Ante la normalidad con la que llevamos los catalanes el adulterio, no es raro que programas de Catalunya Ràdio que se dedican a difundir infidelidades tengan los días contados. No porque -según parece- difundan patrañas por antena, que a eso ya estamos acostumbrados desde hace años los catalanes que sintonizamos nuestras radio y televisión públicas, sino porque a nadie le importan un carajo las aventuras de cama ajenas. Si no nos interesan las de nuestra propia pareja, menos van a preocuparnos las de los demás.

El último intento de hacer que nos interesemos por cosa tan ordinaria como los cuernos, lo ha perpetrado Que no surti d’aquí, un programa -o eso dicen- de Catalunya Ràdio, que se la tuvo que envainar después de acusar a la señora del guardameta barcelonista Ter Stegen de tener una aventura con su entrenador personal.

Ter Stegen se enfadó porque es alemán, y el carácter luterano está lejos de tomarse esas cosas -a pesar de su profesión y de la del falso amante- con deportividad. De haber sido catalán, habría felicitado a los presuntos periodistas aunque lo que contaron fuese mentira, ya que no todo el mundo puede permitirse cornamenta tan distinguida como la de un personal training.

Y es que los cuernos de la clase alta se llevan mejor. Mientras las mujeres ricas tienen a mano un entrenador personal, un agente de bolsa o un decorador-arquitecto al que llevarse al huerto, las de la clase obrera tiene que conformarse con el butanero de toda la vida, o un fontanero ahora que el gas natural está acabando con aquella tradición. Hasta en el adulterio hay clases, triste es reconocerlo, pero el cornudo se lo toma mejor si su señora le engaña con alguien que no está al alcance de todos los bolsillos. Cuestión de status, como quien dice.

Hace años, fue noticia que la mujer de un exitoso presentador televisivo tuvo también un lío con su entrenador personal -quiero suponer que no el mismo-, y no solamente no salió a desmentirlo, sino que la pareja continua felizmente unida, tanto personal como profesionalmente, como está mandado. Otra cosa sería que se hubiera liado con un albañil, hasta ahí podíamos llegar. El presentador es catalán, claro está, y ya hemos dicho que en Cataluña los cuernos son motivo de satisfacción, la prueba está en los miles de ilusos que fueron engañados por los políticos del procés y siguen votándolos a la menor ocasión.

A los catalanes nos gusta que nos engañen, si no conseguimos que lo haga nuestra señora, que sería lo más elegante y distinguido, por lo menos que lo haga algún político, que esos están siempre dispuestos. Si puede ser dos veces, mejor que una, y si es en una docena de ocasiones, mucho mejor todavía. No es casual que una de las expresiones autóctonas más populares de esta región sea la de “Cornut i pagar el beure”, que deja claro que no solamente aceptamos con naturalidad la cornamenta sino que, si es necesario, le pagamos a nuestra señora y al amante de turno una botella de cava, para que la disfruten a nuestra salud. La civilización era eso.