El Museu Marítim de Barcelona ha estrenado La infàmia, una muestra que revisa el pasado esclavista de la burguesía catalana. En un momento reptiliano de la clase dirigente, la historia avergüenza a los nietos del pecado original en los campos de cacao y algodón de nuestros indianos, en Cuba o Puerto Rico.

El pasado llama a la puerta de casa. Me pregunto qué pensarían aquel Rafael Puget, el Senyor de Barcelona de Josep Pla, o el último marqués de Alella, por no citar a otros apellidos industrialmente altisonantes, que atesoraran una fortuna en los ingenios americanos. La abolición de la esclavitud coincide en el tiempo con la explotación de clase a gran escala. La piel de los inocentes se oscurece con el tiempo.

Ante los problemas sin solución, como el tráfico de humanos en los viajes transoceánico, la metrópoli soltaba mofas de escaso gusto y poco genio, como aquel poemita titulado “Un loro, un mico y un señor de Puerto Rico”, que recitaban los tenderos evocando a ultramar. Un dicho de sacristán que, por simple cacofonía, utilizaron tres magos de la palabra -Vendrell, Barnils y Monzó- como título de un magazín nocturno en Catalunya Ràdio, hace algunos años.

La inmigración paupérrima y sin papeles es la versión esclavista moderna a la que suponemos se refiere Jordi Pujol cuando dice que “Junts debe excluir los planteamientos de la señora Orriols”, alcaldesa de Ripoll, que proclama sin empacho el rechazo al extranjero. En este caso, la exclusión de Aliança Catalana, que pide el veterano expresident, está basada en la supervivencia de la nación: “Con políticas de mentalidad etnicista, Cataluña hoy ya no existiría”.

Al final, la Convergència añeja se derechiza para recuperar el terreno perdido por sus irrelevantes cachorros que negocian con Orriols, de origen convergente (no lo olvidemos). La posición del expresident se aproxima al argumento del CDU alemán, de Friedrich Merz, cuando propone endurecer las fronteras para no perder la hegemonía que le está arrebatando la AfD hitleriana. Está en juego el consenso trumpista de tallo mullido, requesón y piel ricota.

Los que fueron cachorros del pujolismo se han convertido en almas acorazadas. Se ríen de la exclusión y proclaman la cancelación. Quieren el manejo duro de las fronteras y se las piden al Gobierno de Sánchez, a cambio de retirar en el Congreso la moción de confianza. Toleran la xenofobia, el lenitivo de las patrias, aunque por vergüenza no defiendan este principio en el poder legislativo. Su fórmula actual subordina las garantías democráticas a la identidad nacional y limita la sociedad política (el estatuto de ciudadanía) a los miembros de la nación.

Pujol les dice a los de Junts que no jueguen con la xenofobia, ni regalen su exculpación. Este segundo argumento representa el germen de un odio oculto que se manifiesta silenciosamente en nuestras calles. Empezó cuando los goliardos urbanos del pasado recitaban “el mico y el señor de Puerto Rico”, en el atraque de las golondrinas del Port Vell, muy cerca del Museu Maritim, que exige ahora, con su muestra La infàmia, un salvo conducto humanitario para reconocer el esclavismo en las sentinas de nuestros vapores atlánticos.