Seguramente, la dirección de Junts tiene razón cuando sostiene que echar a la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, favorecería su “victimismo”. También, aunque esto otro no lo dice, el partido de Carles Puigdemont piensa que potencialmente sería el más perjudicado, pues una parte de su electorado hace ojitos cuando escucha las arengas identitaristas, antiespañolas y xenófobas de la diputada en el Parlament y “batllessa” (a quien no le gusta que la llamen “alcaldessa”).

Ahora bien, es falso que la operación fuese aritméticamente “inviable”, como justificaron ayer los neoconvergentes, que han renunciado en el último momento a hacerse con la alcaldía. La alternativa a Orriols era posible con el apoyo del resto de grupos. Tras el sí del PSC a la moción patrocinada por Junts y ERC, incluyendo su compromiso de entrar en el gobierno municipal para darle estabilidad, también lo hizo la CUP. Así que la mayoría absoluta estaba garantizada. Otra cosa es que la experiencia nos enseña que este tipo de operaciones, donde hace falta el concurso de tantas formaciones políticas, ideológicamente muy diferentes, no acaban saliendo bien.

El problema es que Orriols sale igualmente reforzada, con la ventaja de que conserva la alcaldía, que estaba a menos de una semana de perder. El disparate ha sido alentar una moción de censura que, cuando estaba a punto de salir adelante, se enfría con falsas excusas porque en Junts no habían reflexionado a fondo previamente. Entre todos han hecho el caldo gordo a la líder ultra, sobre todo desde el partido de Puigdemont, que ha evidenciado sus contradictorias relaciones con la extrema derecha separatista.

Artur Mas ya afirmó hace unas semanas que, de igual forma que no había existido ningún cordón sanitario hacia la extrema izquierda de la CUP, Junts no tenía por qué negarse a hablar con Aliança Catalana. El expresident pareció haber olvidado muy pronto la lección de finales de 2015, cuando se puso en manos de los anticapitalistas, y al final lo acabaron enviando a la “papelera de la historia” en aquella delirante asamblea que acabó en empate.

Seguramente, Mas no vea tantas diferencias. Tratándose de dos formaciones de entrada antagónicas, CUP y Aliança comparten más cosas de las que parece, empezando por su hispanofobia. Es llamativo, por ejemplo, que gobiernen en Berga y Ripoll, respectivamente, capitales de comarcas colindantes, de escaso dinamismo económico, similar población, donde 1 de cada 4 habitantes está jubilado, sociológicamente muy intercambiables. Y es que la Cataluña carlista tiene varias reencarnaciones.

Junts ha renunciado a presidir una alcaldía por pánico a engrandecer a Orriols en el resto del territorio. En 2023, le permitieron gobernar Ripoll, seguramente por una mezcla de miedo y simpatía, que en alguien como Laura Borràs era muy evidente. Esa permisividad hacia Aliança la benefició en las elecciones autonómicas del año siguiente, y ahora le han hecho el caldo gordo con una maniobra que han abortado en el último momento.