En la junta de portavoces de la semana pasada, el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, dio a conocer que piensa proponer la concesión de la Medalla de Oro de la ciudad a sus antecesores en el cargo, es decir, a Joan Clos, Jordi Hereu, Xavier Trias y Ada Colau, de una tacada. O sea, a todos, excepto a Narcís Serra y Pasqual Maragall, que ya la tienen.

Esta es la máxima distinción que puede otorgar el Ayuntamiento de Barcelona a “aquellas personas que han destacado por sus extraordinarios méritos personales o por haber prestado servicios relevantes a la ciudad”.

Las personas distinguidas, además de recibir el trato de “excelentísimo”, pueden dar nombre a vías o espacios públicos sin que hayan pasado cinco años de su fallecimiento. Se trata, pues, de un honor que está por encima de otros galardones, como la Medalla de Honor o reconocimientos en ámbitos específicos al mérito cultural, deportivo, cívico o científico.

Nadie discute hoy que el alcalde Maragall sea merecedor de forma categórica de esa medalla de oro. En cambio, a Serra, que fue el primer alcalde de la democracia y estuvo poco tiempo, se la dieron en 1992, principalmente por su contribución al éxito del proyecto olímpico desde el Gobierno de España.

Ese año se la entregaron también a Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, por las mismas razones. Fueron dos medallas con las que se quiso premiar la colaboración institucional en un acontecimiento tan importante para Barcelona, Cataluña y España, y se otorgaron muchos diplomas para celebrar y agradecer ese éxito colectivo. El político nacionalista la devolvió en 2014 tras el escándalo de corrupción que todavía está por juzgarse.

Desde entonces, ningún otro político de primera fila ha recibido la Medalla de Oro de la ciudad, aunque sí figuras polifacéticas como el concejal Oriol Bohigas, en 2018, que fue artífice del urbanismo barcelonés y se distinguió en su carrera por tantas otras cosas en la vida cultural.

Lo extraordinario ahora es que, de una sola vez, los antecesores de Collboni en el cargo vayan a recibir ese galardón por el solo hecho de haber sido alcaldes. Es una doble forma de devaluar la distinción. Primero, porque es cuestionable que todos sean igualmente merecedores y, segundo, porque falta distancia en casi todos casos para evaluar con objetividad su legado.

Una Medalla de Oro es un reconocimiento que debe ser indiscutible y concitar la casi unanimidad, no sólo de los partidos, sino a ojos de la ciudadanía. No es el caso de Ada Colau, que además podría volver a ser alcaldesa, pues no descarta presentarse en 2027. Puede que, de aquí a 20 años, la visión de su labor al frente de la ciudad cambie, pero hoy sigue suscitando más rechazo que adhesiones.

En cuanto a Xavier Trias, sólo fue alcalde durante un mandato. ¿Es tiempo suficiente? ¿En qué contribuyó a mejorar Barcelona en cuatro años? En 2015, tras perder las elecciones frente a Colau, se retiró para regresar en 2023, pero se quedó a las puertas de lograr la revancha y nos brindó aquel inolvidable “que us bombin” en el Saló de Cent. Aquí no se juzga su amor por la ciudad, sino su legado como alcalde. Sólo recordaré que su primer teniente de alcalde, Antoni Vives, concejal de Urbanismo, fue condenado por corrupción, algo nunca visto antes en Barcelona.

Los casos de Joan Clos y Jordi Hereu tampoco son comparables. El segundo fue alcalde sólo un mandato y medio, y encarna una etapa de declive del proyecto socialista en Barcelona. El fiasco en la consulta sobre la reforma de la Diagonal marcó su destino, aunque impulsó unas potentes políticas sociales. No discuto sus capacidades o excelente trato personal, pero su paso por la alcaldía, seamos sinceros, no es especialmente recordado. Hoy es ministro de Industria tras un regreso a la primera fila de la política que nadie esperaba.

En cambio, Clos fue alcalde casi diez años, y era concejal desde 1983, con una labor destacada en el difícil distrito de Ciutat Vella, sin olvidar la gigantesca transformación urbana durante su alcaldía en el área del Besòs y el Fórum. Sinceramente, de todos los cuatro, es el único cuyo legado, que no estuvo exento de polémica, merece recibir tan alta distinción.

El problema es que Cataluña es una sociedad demasiado sentimental, y tras el disgusto que se llevó Trias en 2023 por no recuperar la alcaldía, pese a haber ganado las elecciones, había mala conciencia. Desde Junts querían el mayor reconocimiento posible, y Collboni, curar heridas, lógicamente. Nada mejor que concederle la Medalla de Oro. Con Colau, creo, se intenta algo diferente, tal vez para compensarla por un exceso de críticas, pues recibió descalificaciones muy personales, y seguramente también para que abandone la idea de presentarse de nuevo a la alcaldía, aunque tampoco nada se lo impediría. Me temo que, al final, como es imposible dársela sólo a uno, o reservarla únicamente para Clos, habrá medallas para todos.