Mala señal cuando “el arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza”, advirtió Marco Aurelio, en sus Meditaciones (Gredos). Y la lucha es el precepto utilizado por Junts, una representación pasajera del oprobio que dice “somos Cataluña contra España”, el imposible metafísico. Ellos están en el córner del tablero, donde se atrincheran los sinsabores; exprimen sus siete escaños y obligan a Sánchez a modificar el rumbo. Enarbolan el resentimiento y se encapsulan en su caracola. Su portavoz en el Congreso, Míriam Nogueras, es la cara amarga de su destino, la consumación del fin de un problema innecesario para la convivencia.
El escudo social de Sánchez -pensiones, mínimo vital, rebajas al transporte público y DANA- se aprueba bajo las condiciones de Puigdemont. César o nada. Y, a cambio del silencio, sus camaradas de Moncloa le conceden a Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno, la reducción de la jornada laboral suscrita finalmente por Carlos Cuerpo, titular de Economía. Es la compensación de Sánchez tras haberla marginado en la confección del decreto ómnibus, en manos de otros ministros, como Diana Morant (Ciencia), Oscar López (Transformación Digital), Jordi Hereu (Industria) y Oscar Puente (Transportes). Yolanda mengua tratando de reforzar la izquierda del PSOE, el espacio desnortado tras seis años sin avances por parte de Sumar.
La fortaleza crepuscular de Puigdemont -no gobierna ni en los ayuntamientos- se expresa en los ojos de Míriam Nogueras. Ella es la mujer del Cesar o nada; debe ser honrada y parecerlo. Antes de perder su privilegio en unas nuevas elecciones, amenaza al Gobierno y le da a entender que, entre una caricia y un bofetón, sólo cabe adivinar la velocidad de la mano. El pacto entre Gobierno y Junts, que abre la puerta a un nuevo Decreto, arrincona a Sánchez. Junts le niega la moción de censura a Núñez Feijóo, y exige a Sánchez la cuestión de confianza en el Congreso. Es la manzana de Eva.
Waterloo ostenta un partido bisagra, bajo mínimos cuantitativos y máximos legislativos. Es capaz de detener el progreso, de entronizar vírgenes bajo palio al estilo del Abad Escarré o de ganar perdiendo la guerra de Persia, como el Batallón Sagrado de Tebas. Es una formación política sin votos, pero con un asombroso poder de embarrancar cualquier lógica. Sánchez acepta su apuesta porque a la fuerza ahorcan; sólo se mueve cuando lo mueven. El presidente practica el patadón y tente en tieso al estilo del viejo San Mamés, con olor a hierba mojada, madera y humo de faria.
Mientras el Gobierno vive al día, el microcosmos soberanista ofrenda en el altar del César, un señor con más cara que espalda sobre pintado en el perfil esculpido de aquel Marco Aurelio, el emperador estoico que vimos en la piel de actores como Alec Guinnes (La caída del Imperio Romano), o de Richard Harris, en Gladiator. Puigdemont cuela su papel de hombre inicuo, cuando se mofa del Gobierno y se ríe ante las facciones peperas de los halcones de Génova 13. Mientras César instruye, su barricada destruye.