En las últimas semanas oímos hablar de presupuestos y también del teletrabajo, dos conceptos aparentemente no conectados, pero que esconden un elemento en común: el interés y el bien común de la ciudadanía.

En relación con los presupuestos la mayoría de los mortales no entiende, no visibiliza que quiere decir que no haya presupuestos aprobados. Uno sale a la calle y más o menos todo funciona, con los retrasos, la lentitud y con los ritmos de siempre, pero ¡todo va, todo funciona! La escuela, los hospitales, los servicios de seguridad, la policía, los bomberos, los transportes están operativos. Ergo la tienda, el país, está abierto.

¿Por qué suscita tan poca preocupación la falta de presupuestos? me temo que la mayoría de las personas no acaba de entender o desconoce que un presupuesto es una hoja de ruta, de acciones a acometer por parte del gobierno respectivo.

La crisis del 2008 obligó por falta de recursos económicos a paralizar muchas inversiones. Con el paso de los años, hemos entendido lo que significa la no ejecución de las cifras que acompañan los presupuestos. El resultante es cabalgar entre la indiferencia y el escepticismo. En la actualidad, tanto a nivel local, autonómico y estatal rige, en la vida institucional, la cultura del bloqueo, con un desgaste que habría que analizar.

La explicación pormenorizada del que se puede dejar de impulsar es en muchos casos desconocido o no se sabe transmitir suficiente. La consecuencia es el "ir tirando". Deberíamos poder hacer más si hubiera presupuestos y hojas de ruta validadas, pero los tacticismos vigentes no producen un desgaste a los promotores de estos bloqueos presupuestarios. Pero sí que genera poso y recelo en la ciudadanía, la gente no se cree las promesas. La gente solo cree lo que ve.

Los deseos se explicitan en la fase de las campañas electorales, pero su ejecución es más compleja, y más si entramos en los bloqueos existenciales ideológicos con los que vivimos en la actualidad. Siempre falta un dato, el poder ser acusado de poco fuerte, de poco sólido o de entreguista atenaza a los actores. Reitero, me temo, que estas consideraciones se pueden trasladar a muchos lares.

El segundo relato es la relación del teletrabajo y la administración. Como todo en la vida, las monedas siempre tienen dos caras. El teletrabajo durante el Covid fue una apuesta y propuesta que resolvió muchas potenciales carencias, pero me temo que 5 años después lo que fue una necesidad y oportunidad se está convirtiendo en un potencial lastre. ¿Por qué? No olvidemos que la función pública debe estar al servicio de la ciudadanía, y no al revés. La proximidad laboral, la cercanía y el trato con la ciudadanía debería ser el distintivo de su razón de ser.

No olvidemos el riesgo potencial de amortización de puestos de trabajo que los propios servidores públicos pueden tener con la introducción de la tecnología. La traslación de procesos que en el mundo privado están siendo validados, pueden tener su adaptación al mundo público, más pronto que tarde.

Posiciones legítimas de muchos trabajadores en el sector público no pueden parecer posiciones de privilegios. Devienen un mal ejemplo para el resto de los equipos humanos si el responsable inmediato en una organización no genera dinámicas de socialización interna. Las plataformas tecnológicas ayudan y ahorran, pero mutar a una vida basada en el teletrabajo, me temo que es contraproducente en los puestos de responsabilidad.

Bloqueos, falta de pedagogía, y posiciones mal entendidas, acostumbran a dar lugar a procesos no previstos y extraños, que pueden tener implicaciones no deseadas.