El retorno a Cataluña de la sede de Banco Sabadell, aprobado por su consejo de administración el pasado miércoles, es una excelente noticia económica para estos andurriales. A la vez, significa un desengaño mayúsculo para la Comunidad Valenciana, donde el domicilio radica desde hace siete años.

Los mandarines del Sabadell aseveran que el cambio se debe a la fase de estabilidad que se ha instaurado en el territorio. “Ahora ya no se dan las circunstancias que motivaron el traslado”.

La última oportunidad que el presidente José Oliu se refirió a la posible vuelta a sus tierras fundacionales fue en abril de 2024. “Es un asunto que para nosotros no está encima ni debajo de la mesa –declaró–. De hecho, nos encontramos muy bien en Alicante”.

Pero la vida da muchas vueltas. Un mes después, BBVA lanzaba una opa hostil sobre el Sabadell y desataba una pléyade de incógnitas desafiantes.

Desde entonces, Oliu y el consejero delegado César González-Bueno bregan con todas sus fuerzas para detener al invasor y preservar la independencia.

El giro copernicano acontecido esta semana no es ajeno a la amenaza que se cierne sobre la veterana entidad vallesana. Su fulgurante relocalización envía un claro mensaje a las fuerzas vivas del Principado. El Sabadell luce hoy más fortaleza que cuando hubo de exiliarse a toda prisa para yugular la fuga masiva de depósitos desencadenada por el procés.

Además, propina un contundente golpe de efecto, y envuelto en la señera, proclama ser el único “grande” del sector crediticio que tiene fijada su sede central en estos lares.

De paso, hace un guiño a los 200.000 aguerridos accionistas, buena parte de los cuales son al mismo tiempo clientes. Controlan sobre poco más o menos la mitad del capital y su voto es determinante para configurar el desenlace de la opa.

El Sabadell cuenta con el recio respaldo del Govern, las patronales, las cámaras de comercio y otras entidades del terruño. En cambio, BBVA carece de apoyos externos similares.

Al Gobierno de Pedro Sánchez, ufano de su influencia adquirida en estas latitudes por medio de Salvador Illa, maldita la gracia que le hace la opa de marras.

A estas alturas, la Comisión de Competencia todavía ha de pronunciarse. Pero sea cual sea su veredicto, la fusión de las dos corporaciones entraña escasos beneficios para los consumidores y para el tejido productivo.

Bien al contrario, la desaparición del Sabadell acarrearía una merma draconiana de la oferta de servicios y créditos que aquel viene ofreciendo a las pymes y los particulares.

Los mayores detractores de la operación no son otros que los 19.000 empleados. Por desgracia, su moral de combate anda muy mermada.

BBVA ya anunció que si su asalto triunfa, las cacareadas “sinergias” entre ambos conglomerados significarán el licenciamiento de nada menos que 4.000 profesionales.

En todo caso, el regreso del Sabadell entraña un claro mensaje de confianza sobre el futuro de esta comunidad. Poco antes lo hizo el gigante industrial Cementos Molins, aunque en esa ocasión el movimiento se derivó del afán de las diferentes ramas familiares por restablecer la paz entre ellas.

Pese a los dos relevantes repliegues antedichos, una golondrina no hace verano. Y por el momento, la situación dista de ser plácida.

En el intervalo 2017-2024 la huida de empresas supera de largo las 10.000, mientras que apenas se han residenciado 4.600. O sea, que el éxodo continúa sin tregua. Solo el año pasado, el saldo neto de entradas y salidas arrojó una pérdida de 350 compañías.

El paso adelante del banco de Oliu sin duda contribuye a insuflar un soplo de tranquilidad al ámbito financiero. Pero qué duda cabe de que todavía nos hallamos muy lejos de recobrar la plena normalización.