Canción triste de Waterloo Street. Resumen de capítulos anteriores.

Tras celebrar su congreso a finales de octubre, los de Junts por Cocomocho se repartieron los restos del pastel, dispuestos a seguir con el papel de mosca cojonera preconizado por su líder en el exilio. Por su parte, y tras enconada lucha por el Trono de Hierro Carlista, los de ERC –auténticos herederos de la vieja política catalana basada en la estrategia de “saca hoy lo que puedas, que mañana ya les extirparemos los higadillos"- optan por seguir nadando y guardando la ropa.

Para no perder comba, los de la ANC, con una nueva hoja de ruta sobre la mesa, avisan de que se van a echar al monte, armados con bombas fétidas, al grito de “¡Si hay que ir a una guerra civil, se va, que no ir es tontería; sigamos, sandalia en mano, a Julià de Jòdar!”.

Finalmente, los xiquets de la CUP y Arran, menguados, desnortados y hartos de porros y calçots, optan por izar la bandera de la causa palestina y cargar tintas contra el fascismo, contra Donald Trump, Elon Musk y el cambio climático.

 

Capítulo MCCXXIV. El juego de la silla.

Toni Comín se despierta un día más en Waterloo. Tierra, trágame. Mientras remueve el azúcar de su café con leche oye a Carles Puigdemont vociferar en una de sus interminables videollamadas, desde su despacho al otro lado de la mansión.

El hijo del pastelero de Amer, destemplado, le da instrucciones a Míriam Nogueras y a Jordi Turull: “Insisto, nada de ceder –les dice– con lo de la cuestión de confianza a Pedro Sánchez. O acepta o asume las consecuencias, porque no habrá Presupuestos, ni senda de déficit, ni Ley Begoña que valga. Así que le decís que mueva el culo, o esto no dura ni año y medio”. Y recalca alzando la voz antes de colgar… “¡No lo olvidéis: amnistía plena; escoltas; condonación de la deuda; concierto económico singular; control total de la inmigración; traspasos y referéndum pactado! ¡Y, ah, sí, la foto, que lo de la foto es condición sine qua non!”.

Con el último sorbo de café, Comín se traga el preceptivo antidepresivo del día. Después, sentado ante el piano, acaricia el teclado intentando improvisar algo alegre, algo que le levante el ánimo, al estilo de La Mañana de Edvard Grieg, algo luminoso que dibuje un horizonte de esperanza y grandeza, como la sinfonía Del Nuevo Mundo de Antonín Dvořák. Pero nada, que si quieres arroz. Lo que le sale es un réquiem que ni es el de Mozart ni el de Fauré, sino algo mucho más lóbrego, fúnebre, porque recuerda al de Benjamin Britten, que huele a guerra y destrucción.

Cierra, abatido, la tapa del piano, preguntándose, por enésima vez, qué demonios hacer con su vida. Porque aquí, últimamente, se han recolocado todos los colegas. Todos menos él. Ojalá le hubiera salido una plaza de cualquier cosa por Google, como a David Sánchez –el hermanísimo del cenobita de Hellraiser, que abre las puertas del infierno desde la Moncloa– en la Diputación de Badajoz. De ser así, aunque fuera un humilde puesto de concertista en la sinfónica de Sant Hipòlit de Voltregà, sería feliz. Se instalaría en Central Park, o en los Campos Elíseos, y tributaría en Tegucigalpa.

“¡Con lo bien que vivíamos todos con el chollo del Consell de la República en el exilio –se repite para sus adentros con mohín asqueado–, y va el jefe, tira la toalla y se lo carga todo, porque ya no quiere ser visir sino califa; y a renglón seguido dimite toda la cúpula en bloque; y le recortan el sueldo a los ocho gatos que llevan el día a día del Consell! ¡Y a mí, como vicepresidente, y sin sueldo de eurodiputado por culpa de la presidenta Roberta Metsola, que me zurzan, con todo lo que yo he hecho y he sufrido por la causa!”

Su sufrimiento (escolio aclaratorio a pie de página) incluye el uso y disfrute de 15.000 euros de la mermada caja del Consell en gastos no justificados: importantes reintegros de dinero en efectivo por cajero; pago de impuestos y alguna que otra multa; alquiler de coche y apartamento; y unos cuantos días en velero y asueto estival compartidos con Lluís Llach. Por esa minucia se ha visto acusado de mala praxis en una época en que las cuentas de la entidad son notoriamente deficitarias por superar los gastos a los ingresos mes tras mes. 

Por ese asuntillo, y otros más, las últimas semanas han sido para Comín un continuo sinvivir ante la incertidumbre del futuro: “¡Oh, miserere mei Deus, qué será de mí, abandonado y sin ingresos, y sin acceso directo a la caja de resistencia, ni para mejillones con patatas fritas en triste mesilla!” 

Como lo suyo no daba, intelectualmente, para dramas regios de corte shakesperiano, y no se veía capaz de iniciar un soliloquio trascendente, echando mano del clásico y existencial to be or not to be de Hamlet, canturreó, por extraña sinapsis, el Qué será, será (whatever will be, will be) de Doris Day. Porque inescrutables son los Caminos del Señor, amigo lector. 

Y entonces, súbitamente, tras un chasquear de dedos y un triunfal eureka brotando de sus labios, halló Comín, cual Arquímedes de Siracusa, la solución a sus cuitas.

“¡Yo seré el próximo presidente del Consell de la República Catalana en el exilio!” –balbuceó al borde de la afasia, sobrepasado por lo que se le antojaba una decisión crucial e histórica en el camino a la liberación de la nación catalana.

Y agarrando el portátil se puso Comín a redactar un texto que le postulara como candidato al cargo. Ya casi lo tenía escrito cuando la irrupción de Carles Puigdemont en la estancia, con batín y zapatillas, le devolvió a la realidad. Le explicó excitado sus intenciones.

“Pues bueno, adelante, me parece bien, presenta tu candidatura, pero hazlo lo antes posible – le aconsejó Puigdemont tras escucharle, acomodándose en una butaca–, porque lamento informarte de que no estás solo en la carrera. Ayer hablé con Turull y me comentó que Jordi Domingo, abogado y excónsul del Consultat de Mar, de la plataforma Constituïm, un hombre muy vinculado en su día a la ANC, ambiciona ocupar el cargo. Goza de muy buena reputación entre las bases por su trayectoria. Así que ya sabes: ¡Valor y al toro, y que gane el mejor!”.

Al quedarse solo, las dudas volvieron a ensombrecer el ánimo de Comín. Buscó información del tal Jordi Domingo. Y si para él era casi un desconocido, probablemente también lo sería para la inmensa mayoría de los adscritos al Consell con derecho a voto. Por otra parte, y pese a las críticas recibidas, su popularidad entre los independentistas por haberse mantenido incólume, ajeno al desaliento, en el exilio junto a Puigdemont desde el primer día, le otorgaba una ventaja en absoluto desdeñable.

“Además… –concluyó, llenando el pecho de convicción– nadie sabe mejor que yo que sobrevivir en horas tan bajas en esta trinchera es, ahora mismo, más jodido que una de esas pruebas del juego macabro del calamar coreano. O mejor dicho, y sin ir tan lejos, como el juego de las sillas. Suena la música y se dan vueltas alrededor. Y cuando para la música, sólo el más rápido se sienta”.

Cap problema… ¡Que me echen un galgo, que menudo soy yo corriendo!”.

 

(continuará…)