El sábado pasado, en el Consell Nacional de ERC, Oriol Junqueras, acompañado en el atril de una Elisenda Alamany con cara de palo, comunicó que su partido no estaba participando en ninguna negociación presupuestaria con el Govern de Salvador Illa, y que no pensaba hacerlo hasta que el PSC cumpliera todos los compromisos de investidura adquiridos.

Con ese tono enfático y repetitivo suyo tan característico, afirmó que no se trataba de una amenaza, sino solo de un ejercicio de coherencia y responsabilidad.

En otras palabras, dejó claro para quien quisiera entenderlo que los republicanos no piensan votarle al PSC sus primeras cuentas desde que ocupan la Generalitat.

En paralelo, la entrada en el gobierno municipal de Jaume Collboni, que estaba pactada desde la primavera pasada, con Alamany como gran avaladora del acuerdo, y que se congeló para después del congreso nacional de ERC, ha quedado aparcada nuevamente hasta el cónclave de la federación de Barcelona.

Es evidente pues que estamos ante un cambio de estrategia de los republicanos, una vez que Junqueras regresa a la presidencia del partido, cuyo liderazgo ha quedado muy debilitado, lo que agudiza su miedo a responsabilizarse de nada y refuerza el regreso al viejo discurso sobre el expolio fiscal que tanto éxito le dio en sus inicios.

Si tras el acuerdo de investidura, hace solo medio año, parecía que ERC iba a dar al PSC un poco de agua en forma de presupuestos, por lo menos para 2025, de manera que la Generalitat pudiera disponer de cuentas nuevas, en lugar de volver a prorrogar las de 2023, Junqueras acaba de echar por tierra ese escenario.

De nuevo, disfraza su doblez política, como ya hizo en los años del procés, con un discurso maximalista sobre los ambiciosos pactos alcanzados con los socialistas, empezando por la llamada financiación singular.

Es cierto que los socialistas se comprometieron a muchas cosas en la negociación para la investidura, pero a todas luces es demasiado pronto para negarle a Illa, que votó las cuentas de Pere Aragonès de 2023 y que estaba dispuesto a hacerlo también en 2024, el pan y la sal justo cuando la legislatura debería ponerse en marcha de una vez.

En definitiva, Junqueras ha decidido ponerle la zancadilla, copiando la política de bloqueo de Junts, evidenciando la debilidad parlamentaria del PSC.

Si bien los socialistas catalanes disponen por primera vez desde 1980 de todo el poder institucional, pueden fracasar si no consiguen que la normalidad, que pasa también por tener presupuestos cada año, regrese a Cataluña.

Mientras tanto, en el Congreso, Pedro Sánchez tampoco va a poder aprobar ningún presupuesto en esta legislatura, agrandando la sensación de precariedad general.

Junqueras nunca ha desvelado qué votó en la consulta a los militantes de ERC, pero fue muy hábil dimitiendo como presidente tras los desastrosos resultados electorales como respuesta al enorme malestar interno que desató.

Ese paso atrás le permitió ahorrarse la responsabilidad de la negociación con los socialistas, inevitable si se quería sortear una repetición electoral.

Fue una decisión muy propia del personaje sumamente escurridizo que es Junqueras, lo que le permitió ir al congreso de ERC como si no tuviera nada que ver con la dirección saliente, y que ahora le deja las manos más libres para intentar estrangular, con media sonrisa, la legislatura de Illa.