Como si se tratase de un recordatorio macabro, el pasado martes el barrio de La Mina en Sant Adrià del Besós se sumergió en una batalla campal sazonada con 150 proyectiles. El dantesco espectáculo se produjo en el primer día laborable después de la interminable retahíla de días festivos y vino a ser como una puesta en escena de uno de los temas que más preocupa a los ciudadanos: la inseguridad.

Se acaban las Navidades, y vuelta a la normalidad, que para desesperación de la mayoría no deja de ser un viaje peligroso como el que se vivió en uno de los barrios tabú de Cataluña. 

La cuestión cuando los problemas de seguridad se eternizan es que la ciudadanía cronifica su miedo y quienes delinquen consideran que no hay freno ni represalia a su manera de entender la vida.

Los Mossos han tomado La Mina desde el pasado día 7 de enero, pero los problemas no se arreglan exclusivamente así. Ese dispositivo frenará de momento una demostración vandálica como la que enfrentó a dos clanes de la droga, pero la ciudadanía necesita más.

En primer lugar, hay que lograr que los ciudadanos que nada tienen que ver con el delito no tengan que verse envueltos, ni heridos, por una catarata de disparos. Y lo más importante: las calles de nuestras ciudades no pueden ser un boulevard de exhibición de armas de fuego, navajas, peleas y desazón.

Para frenar esa situación, que no surge solo por la recreación de la batalla de Stalingrado en La Mina, es necesario un trabajo policial de más calado. Más agentes en la calle, más personal en las áreas de inteligencia policial y más respaldo de las leyes y de las administraciones a la mano dura con el delito.

Todo lo que se desvíe de esa receta es mirar a otro lado y enquistar el cáncer que sufre el ciudadano y que lo expresa en las encuestas. La gente hace tiempo que avisa, y la respuesta oficial llega en cuentagotas. La Generalitat tiene una ingente cantidad de trabajo en materia de seguridad para darle la vuelta a un calcetín muy deteriorado.

Las propuestas políticas de izquierda, especialmente las más radicales, se han instalado desde hace tiempo en su aversión por el orden y en amamantar todas aquellas ideas buenistas que supusieran evitar conflictos. Ese es el inicio del problema y hoy en día la sociedad, en Cataluña y en todo el mundo, prescinde de ideologías para centrarse en resultados que le hagan la vida más confortable.

En ese escenario, la apuesta por la seguridad se ha encaramado en los últimos años en una de las preferencias de los habitantes, en especial, en las grandes ciudades. El Govern tiene la oportunidad de revertir esa situación, abandonando trasnochados planteamientos falsamente progresistas que algunos gurús de la izquierda han deseado inocular en la sociedad y que, en definitiva, sólo han servido para avivar un clima de inseguridad y desconfianza inadmisible en el mundo occidental.