Este Barça lleva camino del desastre, pero mientras entre la pelotita nadie dirá o hará nada. Además, no cabe duda de que es una entidad “sistémica”.

La Liga, sin el Barça, no sería lo mismo. A todo el mundo le interesa un Barça poderoso, pero una empresa que factura en torno a los 1.000 millones de euros al año no puede estar permanentemente al borde del abismo. 

Ya es muy preocupante que de los 1.000 millones se gane, cuando se gana, menos del 5% porque eso implica que cualquier traspiés en los ingresos pueden llevar a las pérdidas.

Pero peor es que la deuda sigue engordando mientras cada vez más parte de los ingresos futuros se van hipotecando para cubrir necesidades del corto plazo. 

El sainete de la desinscripción de Dani Olmo, cuyo primer capítulo ha desatascado el CSD, pero puede que el final todavía no lo hayamos visto, es solo un ejemplo de cómo está el Barça, sumido en el caos y en la improvisación.

Se pudo inscribir a Dani Olmo con la carambola de la lesión de Christensen, pero se sabía que el danés acabaría jugando y, por tanto, recuperando su ficha, poniendo en graves apuros la continuidad del canterano.

No había que haber esperado tanto para resolver su situación.

Alegar que las transferencias tardaron en llegar por el fin de año es una verdad a medias, pues debían haberse emitido hace varios días, si no semanas, para asegurar tener todo en orden el 31 de diciembre. Pero este bochorno no es, ni mucho menos, lo más grave del Barça.

La facturación anual del Barça supera la de Danone en España, o la de Condis, y es más o menos la mitad de la multinacional Fluidra. Ninguna de estas tres empresas, con sede en Cataluña, ni ninguna otra que aspire no ya al éxito, sino a su mera continuidad, podrían permitirse los despropósitos en la gestión que se le permiten al Barça, entre otras cosas porque no es de nadie y la junta directiva solo depende de la voluntad de los socios que suelen votar más con el corazón que con la razón. 

El Barça tiene una deuda corriente que supera los 600 millones debido a las pérdidas y malas inversiones de los últimos años. Se le puede echar la culpa a los dos ejercicios marcados por las restricciones del Covid, a malos fichajes o a lo que se quiera, pero es imprescindible un plan de recuperación para obtener beneficios que permitan reducir esta deuda.

Pero es que, además, ha sido necesario embarcarse en la remodelación de un estadio que presentaba problemas hasta de seguridad y que se está transformando en, esperemos, un estadio más moderno y que genere más ingresos.

El grave problema es que parte de esos ingresos futuros se están aplicando para cubrir gastos corrientes, por lo que la deuda por la remodelación del estadio va a pesar igual, o más, que la corriente. 

Ya se ha vendido el 25% de los derechos de televisión para los próximos 25 años, derechos que por cierto son parte de la garantía del crédito para el nuevo estadio. No se trata de un crédito cualquiera, está titulizado y quien está detrás, banca de inversión, no tendría ninguna restricción, como sí podrían tener los bancos comerciales españoles, en ejecutar el contrato, sin importar el coste social. Pero además se ha vendido el 49,5% de Barça Studios y el 29,5% de Barça Visión, por no decir del adelanto de ingresos de la renovación del contrato con Nike

El Barça tiene que pensar qué hacer con los casi 2.000 millones de deuda que lastran su balance. Si quiere seguir manteniendo la estructura actual, sin propietarios, a cada uno de los 110.000 socios les toca asumir casi 20.000 euros de deuda. ¿Estarán dispuestos a ponerlos? Es muy probable que la respuesta sea no.

Entonces, si los ingresos futuros no son los esperados, el Barça tendrá que convertirse más pronto que tarde en Sociedad Anónima. Suena bien el modelo alemán, donde el capital privado nunca supera al de la fundación que representa a los socios, pero falta aplicar su excelente criterio “nunca gastar lo que no se tiene”.

El problema del Barça es que la presión por los títulos hace que se gestione siempre a corto plazo, sin importar las hipotecas del futuro. 

Para dar el paso hará falta un presidente financiera y técnicamente creíble y el apoyo de alguna de las vacas sagradas de la historia reciente del Barça, además de volver a construir un equipo profesional.

Nombres se nos ocurren a todos unos cuantos, el problema es encontrar a quien quiera dar el paso y, sobre todo, si la pelotita no salvará una vez más la desastrosa gestión del presidente actual.

La hora de la verdad llegará no más tarde de 2026, donde el nuevo estadio deberá ser capaz de generar 350 millones al año para cumplir con los compromisos de la financiación a largo. Si no se generan, el club puede llegar a ser intervenido por los acreedores, y ahí ni el CSD ni la Liga podrán salvar al Barça.