Si el siglo XX fue el de la informática, existen pocas dudas de que el siglo XXI está siendo el de la biología (incluyendo dentro de ella, muy especialmente, la neurociencia, y, sobre todo, la genética).
Los estudios genéticos sobre poblaciones (en los que la Universidad Pompeu Fabra es puntera) han estudiado el fenómeno del “flujo genético” o mezcla de poblaciones con diversidad genética, hallando, por poner un ejemplo referente a nosotros, que las diferencias genéticas entre la población ibérica y del Magreb son mayores que entre los ibéricos y el resto de europeos, existiendo una proximidad mayor, incluso, entre españoles y sirios que entre estos y los bereberes.
Al mismo tiempo, las diferencias genéticas entre magrebíes y árabes confirman que el fenómeno de la expansión islámica no se debió tanto a grandes movimientos poblacionales como a un cambio en las creencias (tal y como ya anticipara, con diferentes argumentos, un clásico como Ignacio Olagüe en su obra La Revolución islámica en Occidente).
Los antepasados de la gran mayoría de españoles fueron islámicos, pero no necesariamente magrebíes, de la misma forma que antes debieron ser fieles del panteón grecorromano.
Esta reflexión en torno a lo variable que es la cultura humana, con independencia del origen genético, es un gran argumento por el que poder desvestir la etnicidad congénita y los pseudo derechos raciales o poblaciones “de sangre”.
La formación de al-Ándalus respondió más a un cambio en la élite dirigente y en la “moda” religiosa, lingüística y cultural de la población que a grandes flujos migratorios. El ser humano, con el incentivo adecuado, más si este es violento, cambia de religión, como de lengua o partido político.
Al mismo tiempo, y yendo hacia latitudes algo más lejanas, la genética también nos puede dar un nuevo prisma, a la vez histórico, sobre cuestiones que trascienden en la actual geopolítica.
Donald Trump acaba de asustar al mundo civilizado con sus intenciones sobre Groenlandia (para nada una inofensiva ocurrencia baladí sin conocimiento).
La isla más grande del mundo (si consideramos a Australia como continente) se halla poblada, mayoritariamente, por una población de base mayoritaria esquimal (inuit) y un componente escandinavo más diluido (procedente, más que de la élite en sí, de la metrópoli).
Aunque perteneciente a Dinamarca, Groenlandia goza de un Estatuto de autonomía que sí reconoce el derecho de autodeterminación (habiendo tenido, con anterioridad, la condición de “colonia”).
Groenlandia (“isla verde” en danés) ya fue poblada por los vikingos antes de la “Pequeña Edad de Hielo” (es decir, antes del siglo XIV), retornando, oficialmente, a la órbita escandinava allá por el siglo XVIII.
Actualmente la escasa población groenlandesa, mayoritariamente independentista o afín, vive de la pesca; Dinamarca les facilita un subsidio y es quien se encarga de la defensa del territorio, sin perjuicio de que EEUU tenga una de sus bases militares más importantes, la de Thule, en su territorio (con defensas antimisiles y, presumiblemente, arsenal nuclear).
La población de Groenlandia, más que vikinga, tiene un fuerte, y mayoritario, componente esquimal (lo cual hace que su población se sienta más “hermanada” con los esquimales de Canadá o Alaska que con los habitantes de Oslo o Estocolmo).
En relación con el componente escandinavo, una pregunta que podemos hacernos, y que nos da pie a un juego de conceptos “genético-histórico”, es cuál puede haber sido la impronta de los vikingos (no sólo en Groenlandia) y si ellos pueden percibirse como algo semejante a etnia.
Los vikingos no fueron necesariamente escandinavos, sino, más bien, una “forma de vivir” o “profesión” con suficientes símiles con los piratas y los migrantes forzados (de nuevo, cambio climático mediante).
Territorios como Islandia (analizando los cromosomas Y, es decir, los heredados del padre) demuestran que los escandinavos colonizaron la isla llevando consigo esclavos celtas (mujeres raptadas, en esencia) con las que procrearon, y, además, formaron poblaciones serviles separadas.
No parece que ello fuere exactamente igual en Groenlandia, por lo extremo de las temperaturas y lo difícil del aprovechamiento continuo de la isla, en tiempos “recientes”.
Los vikingos (oriundos de Escandinavia) “alistaron” también a habitantes de la antigua Inglaterra (así como a poblaciones germánicas, como los antepasados de Trump), y llegaron a saquear sistemáticamente la costa del continente (Sevilla incluida, en el 844), además de cebarse especialmente con Irlanda, donde raptaban mujeres y esclavizaban poblaciones enteras.
La genética nos demuestra, como escribe Lalueza-Fox, que es un medio por el que poder seguir la desigualdad, dado que en Islandia hay mayor componente escandinavo resultante de los cromosomas procedentes de los progenitores masculinos (los hombres escandinavos que raptaban a mujeres celtas).
Los vikingos, además de caracterizarse por la piratería y la búsqueda de riquezas allende los mares (se tiene certeza de que se establecieron en América, Terranova, antes que Colón) fueron fieros guerreros (llegaron a fundar la Rus de Kiev, origen común de Rusia y Ucrania, además de servir, la guardia varega, como mercenarios de élite de los emperadores de Bizancio).
Asimismo, los vikingos ayudaron a formar Europa, siendo ellos quienes se “transmutarían” en los normandos, que además de Normandía, colonizarían Sicilia y sur de Italia… e incluso territorios en Oriente Próximo.
En los tiempos venideros… ¿habrá una imprenta estadounidense en la población de Groenlandia? Y valiéndonos de la broma conceptual… ¿ejerce Trump de vikingo?
El interés por Groenlandia no es nuevo. Tanto al tiempo de comprar EEUU Alaska a Rusia (1867) como, posteriormente, al fin de la segunda guerra mundial, cuando la Administración Truman ofreció 100 millones de dólares por la compra, ya se quiso unir a la gran isla como estado, sabedores de la gran riqueza geoestratégica del lugar, basada en la abundancia de hidrocarburos, diamantes… y minerales raros.
De hecho, Dinamarca vetó recientemente una gran explotación australiana, por contar con capital chino.
Es cierto que la publicación esquimal es una mezcla entre siberiano y amerindio (si es que netamente se puede separar ambas poblaciones llegado al extremo, al haber sido poblada, originariamente, América, con gentes que cruzaron el estrecho de Bering, cuando fue transitable en los episodios glaciales). La pregunta es ¿cuánto tardará en esgrimir el componente genético Trump?
A los groenlandeses les seduce independizarse de Dinamarca y pasar a ser los “niños mimados” del imperio yanqui (no dependiendo de subsidios). Sin embargo… ¿puede Dinamarca, y la propia Unión Europea, perder Groenlandia de su ámbito geoestratégico de control? ¿Volverán los vikingos a la “isla verde”?
En un mundo donde China quiere establecer una nueva Ruta de la Seda naval por el Océano Ártico, cada vez más deshelado, y donde, incluso, la India ha solicitado entrar a formar parte del Consejo del Ártico… la pérdida de poder del “continente-museo” europeo es cada vez más evidente. Trump no ha tenido una inocente ocurrencia.