Casi más conflictivo que el propio concepto de “Occidente” es llegar a una opinión unívoca sobre cuáles son, o qué forma parte de, sus más remotos orígenes. A todo ello no ayuda la duda acerca de si la identidad depende tanto del territorio al que uno debe su afecto natural, nativo, o a la sangre a la que pertenece. ¿Pueden las culturas ser precedentes, unas de otras, cambiando de espacio y de tiempo?
Mesopotamia (tierra entre dos ríos: el Tigris y el Éufrates) se corresponde con el territorio de la actual Iraq, parte del este de Siria, sureste de Turquía y Kuwait, cuando menos, en un sentido estrictamente geográfico.
El vergel mesopotámico, inmediatamente posterior al último gran período glacial, acunó, dícese, a algunas de las primeras civilizaciones de la historia, en esencia: Sumer, Babilonia y Asiria.
El germen primordial del mundo mesopotámico surgió en torno a las ciudades estados de Ur (la de Abraham), Uruk (la actual Warka), Nippur… todas ellas en el sur de la actual Irak (entre Bagdad y Basora). Allí alcanzaron el poder monarcas (“en”, “lugales”) con poder cuasi divino procedente de las deidades (quienes “bajaban” de los Cielos a través de las “escaleras” que fueron las pirámides escalonadas o zigurats, recuérdese la Torre de Babel).
Existen leyendas, manipuladas por los conspiranoicos esotéricos, que consideran como tales señores últimos (de los que los lugales serían “vicarios”) a los nefilim o annunakis (“hijos de Anu”, Dios del Cielo) o seres de otro planeta (Nubiru o Nibiru, astro asociado al dios Marduk y que tal vez fuere Júpiter). De hecho, los antiguos mesopotámicos fueron capaces de adivinar la existencia de planetas descubiertos con posterioridad, gracias a avanzadísimos cálculos orbitales.
La idea del ser mágico superior dador de civilización (incluso imputándosele procedencia ultraplanetaria) es una constante en la historia humana: al respecto, véanse los primeros conquistadores españoles con sus armaduras y montados a caballo (especie animal extinta en América por aquél entonces, y que no conocían las culturas de Mesoamérica), y la percepción que de ellos tuvieron los prehispánicos al conocerlos por primera vez.
Los “misioneros entre culturas”, que antes de los tiempos de la imprenta e internet, generaban los cambios culturales masivos, son una constante en la historia humana.
El poder dinamizador de Mesopotamia en la historia antigua fue casi inagotable. Las culturas que por allí medraron fueron capaces de idear una matemática, superior incluso, a la egipcia, siendo capaces de acercarse con mayor precisión al número, crear un sistema sexagesimal… o como nos demuestra la tablilla Plimpton (custodiada en la Universidad de Columbia), acercarse al teorema pitagórico mucho antes que Pitágoras.
Igualmente, fueron las primeras culturas en crear estados organizados (con escribas, copiosa documentación escrita, en cuneiforme, y con un rico sistema jurídico: conociéndose instituciones, no idénticas, pero sí asimilables al testamento o al usufructo romanos).
Frente al calizo, chovinista, aislado y siempre identificable Egipto de los faraones, Mesopotamia siempre fue un territorio ocupado durante siglos por innumerables culturas, unas predecesoras de otras, donde los archivos y monumentos se hicieron de barro (y por lo tanto, predestinados a tener problemas de conservación) y donde la volatilidad de los estados predispuso a Mesopotamia para ocupar un lugar menos hegemónico en la psique global del ciudadano medio que el, cuasi mercantilizado y bien publicitado desde tiempos clásicos, Egipto antiguo.
En Mesopotamia confluyen las corrientes indoeuropeas (origen étnico europeo) con las semitas (propias de la religión judía, y posteriormente, también cristiana). Los propios Acadios, semitas, que fundaron el primer imperio en la historia, con Sargón, narraron el mito creador-legitimador de su soberano, con un agraciado hallazgo del mismo, siendo niño, en un barquito de juncos (los precedentes con el Moisés del Antiguo Testamento son evidentes).
De hecho, el choque entre civilizaciones, culturas y religiones, aún hoy existente en la región, no deja de ser tan desconcertante como otra gran coincidencia bíblica: el mito del Diluvio.
Henry Layard (célebre arqueólogo británico, que fue también embajador en Madrid) descubrió en 1847 la biblioteca de Assurbanipal en Nínive (Mosul). Depositada en el Museo Británico (y descifrada gracias a los trabajos de Henry Rawlinson) fue uno de los grandes descubrimientos arqueológicos de la historia y todo un portal hacía el pasado.
El monarca Assurbanipal (ahora que está tan de moda criticar a los imperios y, desde tiempo inmemorial, a la propia Asiria) quiso reunir, unificado, todo el conocimiento de su época en una misma biblioteca, ordenando la copia de todo documento de interés existente en su imperio.
Gracias a la orden de tan ilustrado monarca, por ejemplo, llegó a nosotros la Epopeya de Gilgamesh, y dentro de ella, el conocido episodio de Gilgamesh con Utnapishtim, el superviviente del Diluvio, o lo que es lo mismo, el precedente del Noe bíblico. La clave no es que coincidan personajes, sino hechos.
La memoria colectiva mesopotámica, cuestión que pasaría a la Biblia, “recordaba” un Diluvio que cambió el mundo y en el que muy pocos sobrevivieron. Hallándonos en un período interglaciar, la ciencia ampara la existencia de catástrofes pasadas masivas y, lo que es más, se tiene constancia manifiesta de cambios climáticos por entonces.
Volviendo a Sargón de Akad, su imperio cayó como consecuencia de invasiones masivas de pueblos del desierto (los gutis), en un período de inestabilidad sin parangón que sumió a la alta civilización del momento en el silencio.
Algo semejante pasaría en oleadas sucesivas en la frágil Mesopotamia, tierra entre ríos (y, por ende, dependiente de caudales y pluviometrías). Las semejanzas con la actualidad, además de bíblicas, son manifiestas.
Ahora que la inestabilidad de Oriente Próximo es atávica y, en apariencia, insalvable, los ecos del pasado nos deben hacer reflexionar sobre la fragilidad del lugar y si el choque entre lo indoeuropeo y lo semita bajo el prisma de sucesivos cambios climáticos no nos recuerda a lo actual, al choque entre civilizaciones y a los movimientos poblacionales en búsqueda de una salvación.
¿Estamos de nuevo ante la repetición de la historia, o es que jamás fuimos libres de algo que creemos por “Destino” y no deja ser manifestación de que somos parte del término “Naturaleza”? Legislaremos contra natura, soñaremos con nubes fantásticas, pero la actualidad nos habla con cifras y la historia nos recuerda cuán cruda es la realidad cuando no se estudian sus precedentes. ¿Mesopotamia solo es antigua o también reflejo pasado de posibles futuros?