Si los políticos tradicionales fallan una y otra vez, los electores acaban depositando su confianza en uno nuevo. Es la que otorgaron a Javier Milei cuando votaron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 19 de noviembre de 2023. Los ciudadanos eligieron el cambio y no les importó optar por alguien con una propuesta radical, pues la alternativa moderada fracasó en la penúltima legislatura. En 2015, dicha opción la representó Mauricio Macri y su gestión fue incapaz de solucionar ninguno de los principales problemas del país.

Milei representa un drástico cambio en la forma y el fondo. En primer lugar, por su manera de comunicar, siendo su estilo muy diferente del utilizado por los políticos convencionales. Los insultos, exabruptos, exageraciones y falsedades constituyen una parte importante de su lenguaje, a imagen y semejanza de su gran referente: Donald Trump.

En segundo, por la propuesta de una política económica antagónica a la efectuada por el kirchnerismo, la ideología dominante durante las dos últimas décadas en el país austral.

Para Milei, el sector privado debe ser el gran motor del país, el público ha de tener una mínima expresión y la nación necesita captar un elevada inversión extranjera. Para conseguir el último propósito, es imprescindible la obtención de una reducida inflación, la conversión en superávit del déficit presupuestario y la eliminación de los controles de capitales (cepo cambiario).

El nuevo peronismo tenía las mismas prioridades que el original: la reducción de la desigualdad en la distribución de la renta y la mejora del nivel de vida de los hogares con menor nivel de ingresos. Para conseguir ambas objetivos, el sector público debía aumentar su tamaño e influencia en la actividad económica.

En primer lugar, mediante la generación de un gran número de empleos. En segundo, a través del impulso y la mejora de las prestaciones sociales. Por un lado, por medio de una sanidad y educación de mejor calidad, así como por el aumento del poder adquisitivo de las pensiones. Por el otro, por el incremento de la cuantía de los subsidios y de la población beneficiada por ellos. En tercero, gracias al crecimiento de la presión fiscal.

De manera directa e indirecta, la financiación de las anteriores prestaciones debía proceder principalmente de la actividad de las empresas exportadoras, especialmente las de alimentos. Entre 2003 y 2008, el boom internacional de las materias primas permitió lograr los objetivos establecidos, pues en todos los ejercicios el país logró un elevado incremento del PIB y la Administración superávit presupuestario.

Entre 2009 y 2013, la magia económica del kirchnerismo se acabó, debido a la entrada en recesión y al estancamiento de la mayor parte de las naciones avanzadas, pues disminuyó la aportación al PIB del sector exterior. Por dicho motivo, el 28 de octubre de 2012, el gobierno de Cristina Kirchner estableció un control de capitales y limitó el canje de pesos por dólares. A través de él, pretendía evitar una considerable depreciación de la divisa argentina y un elevado aumento de la inflación.

El presidente argentino, Javier Milei, a 22 de mayo de 2024 Matías Baglietto EUROPA PRESS

A partir de 2014, después del desplome del precio de la soja, la escasa adaptación del nuevo peronismo a un distinto contexto internacional convirtió la coyuntura del país en una bomba de relojería. El déficit público creció, el banco central empezó a financiarlo y la tasa de inflación aumentó sustancialmente. En diciembre, el IPC anual se situó en un 28,3%.

En 2019, el retorno del kirchnerismo al poder no significó un cambio de política económica, sino la continuidad de la efectuada en la parte final de la anterior etapa. Por tanto, el enfermo no mejoró, sino que su estado de salud se agravó. A ello también contribuyó decisivamente la desastrosa gestión efectuada por Macri. En noviembre de 2023, el país estaba en la UCI, tal y como refleja el análisis de sus principales variables económicas.

En dicho año, la producción disminuyó un 1,6%, el déficit público ascendió al 5,4% del PIB y la pobreza afectó a más de 19 millones de argentinos (41,7% de la población). En noviembre, en términos interanuales, la tasa de inflación llegó al 160,9% y en el mercado oficial el peso se depreció con respecto al dólar en un 53,5%.

Los anteriores datos son incluso peores de los que parecen. En primer lugar, porque en el penúltimo mes del ejercicio el tipo de cambio oficial estaba sobrevalorado en un 59,8% respecto al vigente en el mercado negro (dólar blue). En segundo, debido a que dicha sobrevaloración escondía una elevada inflación oculta. Su aparición pública tendría lugar cuando el nuevo ejecutivo depreciara la moneda nacional y eliminara la totalidad o una gran parte de la excesiva valoración del peso en el mercado oficial.

Para encauzar la economía argentina, Milei debía devaluar la divisa nacional y adoptar medidas de choque. Las podía establecer de manera unilateral o consensuarlas con los distintos partidos políticos, las patronales y los sindicatos. En España, un ejemplo de la primera opción fue el Plan de Estabilización de 1959 y uno de la segunda alternativa los Pactos de la Moncloa de 1977. Después de ambos, los trabajadores se resignaron a perder poder adquisitivo a corto plazo para salvaguardar su empleo.

De las dos opciones anteriores, Milei eligió la inicial. En primer lugar, porque es la que prometió aplicar durante la campaña electoral. En segundo, debido a que se ajustaba más a su talante. En tercero, porque sus repercusiones económicas son más rápidas. En cuarto, debido al carácter temporal de las protestas, si las nuevas medidas generaban, tal y como estaba previsto, una gran reducción de la tasa de inflación mensual.

En su primer año de mandato, el nuevo presidente ha realizado una política económica ortodoxa y cumplido con las expectativas de la comunidad internacional. Tal y como muchos esperaban, la medida inicial fue una gran devaluación del peso argentino. El 13 de diciembre de 2023, la moneda nacional perdió un 54,2% de su valor respeto al dólar.

A través de ella, pretendía utilizar las exportaciones como motor de crecimiento económico, aumentar las reservas internacionales del banco central y atraer capitales que financiaran a corto plazo la deuda pública del país. Para lograr la última meta, Milei se comprometió a depreciar la divisa nacional únicamente un 2% mensual e implícitamente a proporcionar una elevada rentabilidad a los que adquirieran dicha deuda, ya que su tipo de interés mensual superaría claramente la expectativa de depreciación de la divisa.

Sin embargo, la contrapartida negativa la constituyó un gran aumento de la inflación durante los tres primeros meses de su mandato, pues los productos importados se convirtieron en mucho más caros. Para contrarrestar dicho efecto, Milei utilizó la política fiscal para disminuir la demanda de bienes por parte de la población y convertir un elevado déficit en superávit presupuestario. Una medida que comportó un incremento de la desigualdad en la distribución de la renta.

En el actual ejercicio, el nuevo presidente aumentó los impuestos y redujo los gastos públicos. No obstante, la repercusión de la segunda medida fue sustancialmente superior a la de la primera. A pesar de ello, Milei subió los tipos impositivos de siete tributos y bajó solo uno (el de patrimonio). Por tanto, incumplió su promesa electoral, pues declaró que se cortaría un brazo antes que elevar un gravamen.

Para disminuir el gasto, el gobierno eliminó 38.000 empleos en el sector público en los ocho primeros meses de su mandato, elevó los salarios de los funcionarios y las pensiones por debajo de la inflación y disminuyó los subsidios a servicios básicos, tales como el transporte, la electricidad y el gas. También paralizó la inversión en obras públicas y demoró los pagos comprometidos a los gobiernos de las provincias.

En otras palabras, hizo más pobres a casi todos los argentinos, al reducir su capacidad de compra de bienes y servicios. Por dicho motivo, en 2024 el PIB disminuirá un 4%, una cifra que más que duplicará la contracción advertida en el pasado año. No obstante, la débil demanda le ha permitido conseguir el objetivo económico más valorado por la población: una sustancial reducción de la inflación mensual. Entre los dos últimos noviembres, pasó del 12,8% al 2,4%.

En el postrero ejercicio, el papel de la política monetaria ha sido secundario. La disminución de la tasa de inflación mensual y la obtención de un superávit público ha reducido significativamente el riesgo país y los tipos de interés de los préstamos. No obstante, la recesión económica del primer semestre ha generado una escasa demanda de crédito y ha impedido que la disminución de los tipos impulsará el PIB e hiciera más difícil la reducción de la inflación.

En definitiva, el nuevo presidente recibió del kirchnerismo una pésima herencia. A diferencia de Macri, ha efectuado un plan de estabilización, tal y como recomendaría casi cualquier manual de Economía. Debido a ello, ha provocado una disminución del PIB en el actual año y muy probablemente conseguirá en el próximo un sustancial aumento de la producción (efecto rebote). En uno y otro caso, exactamente lo previsto

Milei ni ha inventado nada, ni ha hecho una gestión desastrosa, ni tampoco prodigiosa. Para conseguir su principal propósito a medio plazo, la entrada de una gran y continua inversión extranjera directa, le queda mucho por hacer. En primer lugar, porque continúa existiendo un control de capitales (cepo cambiario) que impide libremente convertir pesos en dólares.

Una desaparición que comportaría la compra masiva de la divisa norteamericana y la venta de la argentina, una gran depreciación de la segunda y la generación de una elevada inflación. Aunque Milei ha prometido su rápida eliminación, el escaso nivel de reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina aconseja su permanencia durante bastante tiempo.

En segundo, porque es mucho más fácil disminuir la inflación mensual del 20% al 2% que de la última cifra a un 0,2%. Para lograr el primer resultado, en numerosas ocasiones basta con generar una elevada contracción del PIB. Para conseguir el último y mantener el IPC mensual a un nivel similar al indicado, es imprescindible realizar una magnífica política monetaria durante un largo período.

En otras palabras, una actuación que proporcione una elevada confianza a los agentes económicos, elimine por completo las expectativas inflacionistas de antaño y otorgue al Banco Central de la República Argentina una gran credibilidad. Un objetivo nada fácil e imposible de conseguir a corto plazo.

Finalmente, el nuevo gobernante deberá demostrar que su política económica beneficiará a la mayoría de argentinos y no solo a unos pocos. Un logro inusual de los ejecutivos que aplican políticas neoliberales. No obstante, no favorecerá ni a unos ni a otros, si se empeña en convertir al dólar en la moneda nacional en sustitución del peso. Si pretende cumplir su promesa electoral, la cuenta atrás del regreso de una gran crisis de características similares a la observada en 2002 (disminución del PIB del 10,9%), ya ha empezado.