El regreso de Manuel Valls a la primera línea política como ministro de Ultramar en el nuevo gobierno de François Beyrou ha sorprendido en todas partes, y la visceralidad contra su persona se ha vuelto a manifestar de forma desacomplejada, también en Cataluña, donde el digital puigdemontista El Nacional, además de insultarle, ha preguntado a sus lectores si les parecía acertado el nombramiento. Parece que el destino de Francia y sus territorios por el mundo a los independentistas les preocupa mucho.

Tras el fracaso de Valls en 2022 como candidato macronista a la Asamblea Nacional, parecía que su carrera estaba acabada por completo. En Francia, la izquierda le sigue guardando mucha tirria porque, tras perder las primarias en el PS frente a un anodino Benoit Hamon de quien ya nadie se acuerda, apoyó a Emmanuel Macron. Los socialistas, en las presidenciales del 2017, las primeras que ganó Macron, obtuvieron un ridículo 6,3% de los votos, el peor resultado desde 1969, y en las legislativas pasaron de 313 diputados a sólo 33. Valls, pues, abandonó un barco que se hundía, y al año siguiente recaló en Barcelona, donde las circunstancias eran propicias para que encabezase una candidatura a la alcaldía dado su origen barcelonés.

Recuerdo bien la enorme atención mediática que en septiembre de 2018 levantó ese anuncio, y no sólo en España. Que un ex primer ministro francés optase a dirigir una gran ciudad de otro país, aunque en este caso se tratase de su ciudad natal, fue aplaudido como un gesto europeísta. En Barcelona, Ada Colau había alcanzado la alcaldía en 2015 de forma inesperada, y tanto su discurso populista como sus políticas adanistas suscitaban mucho rechazo en una parte de la sociedad.

En paralelo, el procés había generado una profunda crisis institucional, política y de convivencia. Pese al fracaso del 2017, los partidos separatistas seguían al frente de la Generalitat y amenazaban todavía en 2019 con “volverlo a hacer”. Valls aparecía como la respuesta, desde un centro liberal progresista, a ambos populismos, que coincidían en su aversión a la España constitucional y la Corona. Por eso, desde colauismo y el separatismo le llovieron piedras, bajo la acusación de ser el representante de las élites y de encabezar una operación españolista desde el poder de Madrid.

Las expectativas iniciales se enfriaron pronto, ya que el apoyo a su lista quedó circunscrito a Ciudadanos y a una plataforma independiente con escaso nervio. Enseguida se vio que, para una campaña municipal, a pie de calle, la personalidad de Valls era fría, distante, casi antipática.

No obstante, su mayor problema fue la deriva frentista que Albert Rivera estaba llevando a cabo desde el partido naranja, intentado sustituir al PP y negándose a cualquier el pacto con el PSOE. El ex primer ministro quedó encajonado en una lógica de polarización, cuando su estrategia inicial era pivotar desde el centro hacia la izquierda moderada tanto por su pasado socialdemócrata como atendiendo al perfil sociológico de Barcelona.

Aunque su resultado en las urnas fue discreto, obteniendo seis concejales, tuvo en su mano decidir quién ocuparía la alcaldía, y optó por el mal menor, la continuidad de Colau con el PSC en el gobierno municipal. La alternativa era un alcalde independentista, Ernest Maragall, de ERC, con el apoyo de Junts y la sumisión de los comunes.

Desde la derecha se le criticó mucho, y Rivera rompió con él, provocando la ruptura de la lista en Barcelona, pero Valls dio a todos una lección, demostró que en política hay también que saber elegir entre lo malo y lo peor. Cuatro años después, el PP votó la investidura del socialista Jaume Collboni para evitar lo mismo, que Xavier Trias, de Junts, gobernase Barcelona con ERC. El fiasco de Valls fue en paralelo al fracaso de Ciudadanos, partido que se traicionó así mismo.

La presencia de Valls en el pleno municipal era muy incómoda para Colau, a quien los independentistas le recordaban todo el tiempo haber aceptado sus votos. El ex primer ministro francés fue tratado con ingratitud, e incluso acusado de xenófobo en una delirante declaración institucional que apoyaron comunes y socialistas. Pese a todo, siempre hizo política útil, en favor de la gobernabilidad de la ciudad, sobre todo con los presupuestos.

Dos años después, anunció que no volvería a presentarse y acabó dimitiendo de concejal para regresar a Francia, junto a su nueva pareja catalana, a fin de reengancharse a la política de su país de adopción.

En Cataluña, la resurrección de Valls figuraba ayer en el titular de casi todos los medios. Es un nombre que al separatismo le provoca salpullidos, muy parecido al tipo de odio que suscita Josep Borrell, a quien tampoco consideran digno de presidir ahora el CIDOB, según Jordi Basté en RAC1. ElNacional preguntaba a sus electores, catalanes en más del 90%, si aprueban su nombramiento en el gobierno francés de Beyrou, mientras el director, José Antich calificaba de inocentada la designación de Valls como “ministro de colonias”. La fobia de algunos no conoce el ridículo.