“La estupidez consiste en no soportar la tensión de los contrarios”, escribió Fernando Pessoa (El libro del desasosiego). La cita ilustra la tensión política que atraviesan ahora Junts y el PP, dos contrarios que se miden como prueba inicial de un futuro pacto más hondo. Muchos barruntan cuándo caerá el edificio de barro levantado entre Puigdemont, Feijóo y Ortúzar, con su oposición a la carga fiscal sobre las empresas energéticas. Pero la pinza PP-nacionalismos no caerá tan fácilmente. La coincidencia entre Junts-PP-PNV se convertirá en alianza el día que Génova 13 entienda que la vía judicial resulta tan estrepitosa como escasamente válida.

De momento, el PP quiere combinar el fango jurisdiccional con acuerdos puntuales que no tienen nada que ver con un pacto de clase, pero que son algo más que una coincidencia. Lo demuestra la reacción de Pedro Sánchez al prometer una nueva reunión con Puigdemont, fuera de España, antes de que se le aplique la amnistía al expresident y en espera de la decisión que tome el Tribunal Constitucional. Moncloa añade que la medida de gracia ya funciona en la práctica, como se ha visto en el pacto contra el impuesto energético.

El Gobierno es ya una ciudadela rodeada: Koldo, Ábalos, Aldama, Begoña, Torres o el reclamo del Supremo sobre el Fiscal General del Estado... Pero es lo de siempre: Sánchez tiene flow.

Puigdemont quiere la amnistía incluso si llega de Feijóo, que se la puede garantizar, gracias a su amplio abanico judicial. La sombra de uno de los poderes del Estado conduce al silencio, como le ocurre al heterónimo de Pessoa, aquel Alberto Caeiro que se protegía diciendo “yo no tengo filosofía, tengo sentido”; y lleva también al nihilismo de Ricardo Reis, otro heterónimo, el médico que confiesa no distinguir “entre la vida y la muerte”.

Ante el mal presagio de la polarización, el nacionalismo parece haber encontrado una puerta de entrada en el bloque PP-Vox por el lado piadoso de Alejando Fernández, el líder del PP en Cataluña, favorable sólo de “los pactos puntuales con Junts”; emblema de la historiografía romántica, que defendió al Antiguo Régimen.

La derecha catalana tiene su grosor intelectual, aunque huela a naftalina. Forma parte del viejo conservadurismo, el catalanismo rancio de Tecla Sala y Sinaí, antecedente de la menestralía que votaba a Jordi Pujol. Esta derecha es además tan anti-Bruselas como la Rumanía de Calin, la Eslovaquia de Fico o la Hungría de Orban. 

Fernando Pessoa dejó muy claro que los juegos poéticos proyectan una sombra humanitaria; hoy serían la pesadilla de la célebre Ayan Rand, autora de La rebelión del Atlas e inspiradora de Trump. En la Baixa de Lisboa, en plena Navidad -donde acaba el film La Casa Rusia, interpretado por Sean Connery- y ante la efigie bruñida del gran escritor, los heterónimos murmuran. Son almas sensibles; no conocieron las redes; rebaten el pasado rancio y la cancelación del otro.