El consorcio Festina Lotus es líder de España en la venta de relojes. Su dueño, Miguel Rodríguez Domínguez, ha levantado en cuatro décadas largas de trabajo perseverante un auténtico imperio empresarial, cuyas dos marcas más descollantes son las que campean en su título. Hoy amasa unos activos cercanos a los 350 millones. Este dato resume y condensa como pocos su extraordinaria expansión.

Pero vayamos por partes. Miguel es gaditano de nacimiento y helvético de adopción. En 1968 huyó desde La Línea de la Concepción a Suiza para librarse del servicio militar obligatorio. Cuando arribó al destino, todos sus bienes consistían en las escuálidas 400 pesetas que portaba en el bolsillo, o sea 2,4 euros.

Allá desempeñó todo tipo de labores. Ejerció de lavaplatos, de camarero, de celador de hospital y de mecánico en una fábrica de turbinas hidráulicas.

Durante su estancia se afilió al partido comunista. Pero no permaneció mucho tiempo en sus filas, pues le expulsaron por sus ideas demasiado extremistas. El camarada, erre que erre, se alistó a una facción todavía más radical llamada Bandera Roja.

Posteriormente lo contrató una fábrica de relojes y aprendió el oficio. Sus fervores marxistas seguían vigentes y, ni corto ni perezoso, orquestó la primera huelga del citado sector ocurrida en la Confederación. A la sazón, se le conocía como “el relojero rojo”.

Diez años después de su fuga, regresó a España y se instaló en Cataluña, donde comenzó a vender relojes que trajo en una maleta. Se le ocurrió la idea de crear la marca Lotus, que es la niña de sus ojos. A comienzos de los ochenta compró la antigua enseña Festina, que estaba aletargada, y abrió su primera tienda en el barrio chino de Barcelona.

Desde entonces ha labrado una fortuna considerable, que le ha hecho entrar por derecho propio en la lista de los multimillonarios celtibéricos.

Posee cinco fábricas de cronómetros en el país centro-europeo, dotadas de la tecnología más avanzada, con una plantilla de 1.300 empleados, buena parte de ellos ingenieros.

Su emporio industrial y comercial se articula a partir de la holding Festina Lotus. Con una gran visión de la jugada, en 2016, cuando el procés comenzaba a despuntar en lontananza, trasladó su sede histórica de la Ciudad Condal a la calle Velázquez de Madrid.

La corporación, controlada por el magnate por medio de dos sociedades radicadas en Suiza, vende cada año la friolera de 2,8 millones de máquinas con ambas marcas, amén de otras que tiene en cartera como Jaguar, Calypso, Candino y Kronaby.

Sus tentáculos comerciales abarcan 91 países de los cinco continentes, por medio de 25.000 tiendas pertenecientes a terceros.

El año pasado facturó 208 millones, declaró un beneficio neto de casi 14 y repartió un dividendo de 3. La entidad carece de deudas bancarias y contabiliza unos recursos propios de 132 millones. El volumen de sus activos asciende a 250.

FETINA LOTUSA EN CIFRAS (en millones de €)

Año Ventas Beneficio
2023 208 13,9
2022 200 8,5
2021 182 11,5
2020 142 1,2
2019 189 3,3
2018 196 7,4

Tales magnitudes no reflejan las verdaderas dimensiones del conglomerado. Ocurre que años atrás, Rodríguez segregó sus haberes financieros y varios inmuebles y los aportó a la sociedad Festina Lotus Inversiones, censada asimismo en la Villa y Corte. Luce un patrimonio neto de 55 millones y unos activos de 90.

El individuo no es amante de la publicidad ni de prodigarse en los medios. Solo ha concedido dos entrevistas en su vida, una a la televisión andaluza a raíz del procés y otra al blog Atrapando el Tiempo.

En una trayectoria tan dilatada y movida como la suya también hubo algún que otro percance. Es el caso de la compañía Corporatejets XXI, dedicada a los vuelos para ejecutivos, de la que fue partícipe a comienzos del presente milenio. Por desgracia, en 2014 se hundió en un concurso de acreedores instado en Barcelona, despidió a toda la plantilla, cerró las puertas y acabó liquidada.

El oligarca tiene dicho que se siente mecánico antes que cualquier cosa y que su pasión es transformar la materia. Su objetivo cardinal siempre fue hacer el mejor reloj del mundo al mejor precio, y que además funcionase como mínimo durante 20 años.

No se sabe si lo ha conseguido porque sobre gustos no hay nada escrito. Pero a la luz del exuberante patrimonio que maneja, parece claro que los ardores colectivistas de su juventud quedan arrumbados a la cuneta del olvido y que este singular personaje ha pasado a convertirse en un consumado capitalista, con cuartel general residenciado en Suiza.