Disculpen la obviedad, pero en España es necesario insistir en los hechos. Los que ya tenemos cierta edad, aunque en 1975 fuéramos aún niños, recordamos que el dictador sufrió una sádica agonía en el Hospital de La Paz, pues los suyos, tanto los familiares como algunos políticos del régimen, no le dejaban morirse. Lo mantuvieron con vida mediante transfusiones de sangre y todo tipo de aparatos cuando ya no había nada que hacer. Ese final morboso, incluyendo el tráfico de exclusivas fotográficas del moribundo entubado, no desmiente lo esencial. Franco murió en la cama a los 82 años y el franquismo duró un tiempo más. Su muerte no supuso el colapso del régimen. Nada que ver con lo que sucedió en Alemania o Italia tras la desaparición física de Adolf Hitler y Benito Mussolini. O de forma más próxima y coetánea a nosotros con la caída en 1974 de Marcello Caetano, sucesor de Antonio Oliveira Salazar, tras la revolución de los claveles, que puso fin de forma súbita y festiva a la larga dictadura en Portugal.
En España no se puede celebrar la muerte del dictador como sinónimo de 50 años en libertad. Paradójicamente, eso es lo que nos propone el Gobierno de Pedro Sánchez a partir del 8 de enero con más de 100 actos a lo largo del próximo año, de cuyo contenido todavía nada se sabe.
En 2025, podríamos recordar que Franco sucumbió al “hecho biológico”, que es la expresión que los medios franquistas utilizaban para referirse a su inevitable su muerte, aunque en sí misma no es algo a celebrar medio siglo después. Lo más lógico sería conmemorar el 50 aniversario de la coronación de Juan Carlos I como rey de España, pero nada más. Hablar de “España en libertad” antes de las primeras elecciones de junio de 1977, es excesivo, como también afirmar que había democracia antes de la Constitución.
Tras la muerte de Franco, se abrieron espacios de libertad, sobre todo cuando Adolfo Suárez fue nombrado presidente del Gobierno, y se dictaron varias leyes de amnistía, pero España no fue un país libre ni democrático hasta más tarde. Durante la Transición, que fue globalmente pacífica, hubo episodios de violencia y numerosos actos terroristas, a cargo de la extrema derecha, y también de grupúsculos izquierdistas, que evidencian que el proceso democrático podía haber descarrilado en cualquier momento.
Con la muerte de Franco no llegó la libertad en un plis-plas, ni la democracia estaba garantizada de antemano. Las elecciones generales del 15 de junio de 1977 no fueron formalmente constituyentes. Sólo el resultado en las urnas abrió el camino a elaborar una Constitución desde el pacto entre la UCD y el PSOE, e hizo posible el inmediato retorno de Josep Tarradellas como presidente de la Generalitat provisional, entre otras cosas.
La falta de rigor de Sánchez con la memoria histórica de la Transición sólo se explica por un fin meramente propagandístico. Pretende celebrar la muerte del dictador como sinónimo de libertad y democracia, lo cual es falso. También es una excusa para meter a Franco en el debate político, lo cual probablemente le beneficia en términos de compactación de la izquierda en torno al PSOE. Todo ello, en medio de un clima de brutal polarización, con un PP dependiente para alcanzar el poder en cualquier hipótesis demoscópico de Vox, cuyos representantes no sólo no condenan, sino que hacen apología de la etapa franquista.