Aldama entra en las Salesas Reales, acompañado por el líder de Desokupa, Daniel Esteve, semejante sujeto, montado en crossower de alta gama. El comisionista del caso Koldo muestra sus papeles al magistrado y sale tan pancho tres horas después, inclinando ligeramente la testuz y mirando de reojo a la Plaza de la Villa de París junto a la calle Marqués de la Ensenada. Todo un "¡Arriba España!" en las paredes del antiguo monasterio de la Visitación. Vivimos bajo el peso de la abrasiva jurisdiccionalidad.
La comparecencia de Aldama coincide, sólo en el tiempo, con la reaparición de Oriol Junqueras, redivivo como líder de ERC, afortunadamente dispuesto a jalear el fer país, una vez olvidada su República celestial. La corrupción y el pacífico disenso laten bajo nuestro futuro. Ya nadie habla de independencia, pero la nueva ERC endurece su relación con Moncloa al asegurar que “no hay nada que negociar porque no se está negociando nada” (Elisenda Alamany). Los Presupuestos Generales del Estado peligran por el doble frente soberanista. El expresident fugado, Puigdemont, apuesta por poner en un brete a Sánchez, pero el Gobierno madura el momento de la zancadilla para enviar el mensaje a Junts de que, si trata de tumbar al Ejecutivo socialista, a Waterloo sólo le queda la moción de censura junto a PP y Vox.
La telaraña partidista nos muestra la habilidad del resiliente, la debilidad indepe en términos de consenso y la descarada inteligencia reptiliana del PP, el partido más votado, que sólo se abre camino a dentelladas verbales y demandas judiciales.
La ebullición sigue creciendo cuando el juez Pedraz ordena la detención de cuatro colaboradores del conseguidor de la trama Koldo por el caso de los hidrocarburos. La semana de la corrupción, “los ocho días de oro” (Núñez Feijóo), es un manantial de imputaciones, resoluciones, querellas y denuncias. Y alcanza el morbo cuando Aldama se autoinculpa de haber puesto a disposición ministerial pisos con señoritas en Madrid, una versión vintage de Les damoisselles d’Avignon, al estilo Salón Rosa del antiguo Paseo de Gracia de Barcelona. El conseguidor abre así la pista canaria sobre los hombros de Ángel Víctor Torres, un hombre intachable.
¿Quién pondrá fin a la maraña judicial? ¿Quién acabará con la acusación particular que enmaraña los casos de corrupción? Crece el odio y se acerca el momento de la kakistocracia, la palabra del año para The Economist: el Gobierno de los peores -el caso de Trump-, un concepto que ha provocado discusiones en medio mundo y que desembarca en nuestras playas bajo la forma léxica de “caquistocracia”, según la grafía autorizada de la RAE.
El FMI y la OCDE señalan a España como el mejor cuadro macroeconómico de Europa, a pesar del drama de la vivienda. Pero es también el país inhabitable de los insultos ultras, las querellas interminables de la oposición y la remolinaría indepe por hacerse notar ¿Quién agita la kakistocracia? Juzguen ustedes.