Los partidos golpistas (Esquerra y Junts y adláteres) se han colocado, por su mala cabeza, o han sido colocados por la fatalidad de la Historia o por la diabólica capacidad de Pedro Sánchez para laminar a sus socios, en una situación sumamente incómoda: en Madrid tienen que apoyarle para que no se diga, en el caso de que caiga, que con sus desaforadas exigencias han abierto el camino a la Derecha, que la derecha tan detestada ocupe el Gobierno de la nación.
Pero mientras lo hacen, dando de vez en cuando algún pellizco de monja, ven que en su feudo, o sea, Cataluña, los socialistas los van laminando con su cordial, lento, deliberado e implacable neopujolismo de sonrisa conejil. Es un panorama de una belleza cínica admirable. Ahora me entiendo con los empresarios, ahora saludo con veneración a Jordi Pujol, le ayudo a cruzar la calle hacia el cementerio y le agradezco los servicios prestados, ahora le doy un afectuoso cachete en la mejilla a Artur Mas, ahora soy yo el interlocutor con los poderes de Madrid, ahora escucho misa y comulgo con la debida unción en Montserrat, y todo ello sin dejar de definirme como progresista y catalanista, y voy imprimiendo calma y olvido en una sociedad que oscuramente comprende que convalece de un arrebato de rauxa que tuvo consecuencias catastróficas… de la que nadie le va a pedir cuentas. Y mientras gota a gota voy dando sensación de previsibilidad y serenidad, voy chupando a izquierda y derecha voto tras voto, hasta dejar a junteros y ercos en lo residual, en lo anecdótico, en lo que nunca debió dejar de ser.
La promesa de Illa es que sus tiempos, el tiempo de su gobierno, no van a ser interesantes, siendo sabido que los tiempos interesantes son una maldición oriental. Se le llama “enterrador”, pero en los entierros suele hablarse en voz baja, lo cual se agradece cuando uno está harto de gritos y exabruptos.
Ayuda aún más a Illa la conciencia difusa de que el porvenir del mundo es tan incierto y temible que las pasiones que animaron los fuegos artificiales del procés han quedado como juegos de niños o como aquella extraña pandemia medieval en que la gente se ponía a bailar –el baile de San Vito— sin motivo, y hasta la extenuación.
Ahora bien –paradojas de la política--, cuanto mejor le va a Illa en Cataluña, peor le tiene que ir a Sánchez en el Gobierno, pues Junts y Esquerra no deberían asistir en la más suicida pasividad a la laminación de sus apoyos, a la pérdida de sus votantes en su finca, que es lo que más les importa, mientras sostienen en el Parlamento al patrón de su desgracia. En catalán a eso se le llama “ser cornudo y pagar las copas”. Seguir respaldándole en Madrid les hace cada día más inocuos y sobreros en Barcelona.
No es de buena educación dar consejos a quien no te los ha pedido, pero aun así me atrevo a señalar que si yo estuviera en su lugar procuraría hacer que el Gobierno cayera, antes de que la señora Orriols les siga royendo los zapatos y llegue a morderles el pie. Pactaría discretamente con el señor Feijóo una moción de censura, a cambio de la amnistía exprés de Puigdemont –ya se encontraría la fórmula— y cualquier otra cosa –cargos, transferencias, dinero— que les apeteciese, y con las que compensarían rápidamente las quejas de los más puritanos. Al fin y al cabo, ellos están convencidos, o así suelen proclamarlo, de que no hay nada más parecido a un español de izquierdas que un español de derechas, y del PP pueden sacar tanto como del PSOE, como ya quedó demostrado en los tiempos de Aznar/Pujol.
Contra el fascismo se puede montar bulla con más desahogo. Seguir así es muerte lenta, y aunque sigas cobrando hasta el final de la agonía, a quién le estimula tan melancólico porvenir…