En las últimas décadas, la población española, y particularmente la catalana, ha experimentado un proceso de envejecimiento que está transformando profundamente la estructura social, económica y política del país.
Este fenómeno, lejos de ser exclusivo de nuestra realidad, refleja una tendencia global que afecta especialmente a las sociedades avanzadas.
Sin embargo, los desafíos que plantea son especialmente significativos en España, un país cuya combinación de muy baja natalidad, alta esperanza de vida y desequilibrios territoriales está configurando un escenario altamente complejo.
Cataluña, como parte integral de esta dinámica, enfrenta además retos específicos derivados de su estructura demográfica y de su singular contexto político y social.
La cuestión que debemos plantearnos no es solo cómo gestionaremos los efectos de una población cada vez más envejecida, sino si estamos preparados para convertir este cambio en una oportunidad de progreso o, por el contrario, lo asumiremos como una crisis más en una lista que ya resulta demasiado extensa.
Según datos del INE, España tiene la tasa de natalidad más baja de Europa, con una media de 1,19 hijos por mujer en 2023. En paralelo, la esperanza de vida se sitúa en torno a los 83 años, una de las más altas del mundo. Aunque bajó por la pandemia, vuelve a subir.
En Cataluña, estas cifras son incluso más pronunciadas, con un índice de envejecimiento que supera la media nacional, especialmente en comarcas rurales como el Pallars Sobirà o la Terra Alta, donde el éxodo juvenil agrava el problema.
Este fenómeno está dando lugar a un nuevo perfil demográfico: una base más estrecha de población joven y activa frente a una cúspide cada vez más amplia de personas mayores de 65 años. Actualmente, más del 20% de la población española pertenece a este grupo, y se espera que esta cifra supere el 30% en 2050.
Cataluña, con un porcentaje ya cercano al 22%, refleja una tendencia aún más acentuada, particularmente en sus zonas urbanas como Barcelona, donde la combinación de vivienda cara y empleo precario es una de las causas de por qué se disuade la formación de nuevas familias.
El envejecimiento poblacional no es simplemente un dato estadístico; sus consecuencias se proyectan en todas las dimensiones de la sociedad.
Uno de los mayores desafíos es la sostenibilidad del sistema de pensiones. España opera bajo un modelo de reparto, donde las contribuciones de los trabajadores actuales financian las pensiones de los jubilados. Con una población activa en declive y con sueldos bajos, y una esperanza de vida al alza, el equilibrio de este sistema se tambalea.
En Cataluña, donde la presión fiscal es la más alta de España, el impacto será particularmente agudo.
La financiación de servicios esenciales como la sanidad, que ya enfrenta largas listas de espera y una falta crónica de personal, podría verse comprometida aún más. Vayan al Clínic o al Vall d'Hebron y compruébenlo ustedes mismos.
En paralelo, el mercado laboral catalán también sufrirá las consecuencias de este cambio, con una reducción de la oferta de trabajadores jóvenes -y muchos se quieren ir- y una mayor presión para adaptar el entorno laboral a una fuerza de trabajo envejecida.
El impacto no se limita al ámbito económico. En el ámbito social, el envejecimiento plantea cuestiones éticas y prácticas sobre el cuidado de las personas mayores. Familias catalanas, especialmente en el ámbito rural, ya están asumiendo una carga considerable en la atención a sus mayores debido a la insuficiencia de servicios públicos.
Este problema, sumado al aislamiento que sufren muchos ancianos en ciudades densamente pobladas, como Barcelona y L'Hospitalet de Llobregat, apunta a una brecha creciente en la calidad de vida de esta población.
A pesar de la magnitud del desafío, las respuestas políticas han sido insuficientes y fragmentadas.
Es imperativo que las Administraciones adopten un enfoque integral que incluya incentivos a la natalidad, medidas para atraer talento joven y reformas estructurales en el sistema de pensiones.
Asimismo, la digitalización y la innovación tecnológica deben desempeñar un papel clave en la creación de soluciones para el cuidado de personas mayores, como la teleasistencia o el desarrollo de entornos residenciales adaptados.
Sin embargo, el envejecimiento no tiene por qué ser un problema insalvable. Para muestra, Japón, el país con la población más envejecida del mundo.
En Cataluña, donde la sociedad civil y el tejido asociativo han sido históricamente fuertes, existe un potencial para convertir este reto en una oportunidad como pueden ser los bancos de tiempo, que se dan en muchas localidades catalanas, o el sector tecnológico, uno de los más dinámicos de Europa, que puede desarrollar soluciones para la tercera edad.
En definitiva, el envejecimiento de la población española y catalana es un fenómeno que no puede ignorarse ni retrasarse más en la agenda política. Estamos ante un cambio estructural que, si bien plantea desafíos significativos, también ofrece la oportunidad de construir una sociedad más solidaria, equitativa y preparada para el futuro.
Cataluña, con su historia de innovación y resiliencia, tiene el potencial de liderar esta transformación.
El tiempo apremia, y las decisiones que tomemos hoy determinarán si el envejecimiento será un peso o una oportunidad para las generaciones venideras. Lo que está claro es que, en este nuevo escenario demográfico, no hay espacio para la inacción.