Cada día es más fácil ejercer de buen catalán, a Dios gracias, porque es lo que he querido ser desde pequeño.

Cuando los demás niños respondían que querían ser policías o astronautas, yo contestaba invariablemente que de mayor quería ser buen catalán. Qué orgullosos se mostraban mis padres cuando me lo preguntaban delante de las visitas, niño, diles a estos señores qué quieres ser el día de mañana.

Digo que me lo están poniendo fácil porque, al parecer, de lo que se trata es de trabajar en días hispánicamente señalados -como el 12 de octubre o el pasado viernes, 6 de diciembre-, pero si ello no es posible, ya que no todas las empresas abren las puertas para que los catalanes de bien puedan mostrar al mundo su compromiso, basta con acudir a establecimientos que tengan esos días como laborables.

No eran pocos los catalanes que, desde las redes sociales, la semana pasada hacían un llamamiento a ir a hacer la compra a una cadena de supermercados que desde su mismo nombre anuncia un buen precio en sus productos, sea cierto o no.

No hace muchos años, esa misma gente se mostraba dispuesta a arriesgar la vida e incluso la hacienda por una Cataluña independiente, hoy basan su heroísmo en ir a comprar medio kilo de patatas un 6 de diciembre, al fin y al cabo es bastante más descansado y el resultado va a ser el mismo.

El caso es que, dispuesto a ejercer de catalán de bien, vocación que ya ha quedado claro que poseo desde mi más tierna infancia, salí de casa buscando comercios abiertos, que nadie diga que no lucho por una Cataluña independiente.

No tuve que andar mucho, el colmado del pakistaní de la esquina lucía el viernes con las puertas abiertas de par en par, quién me iba a decir que, con su turbante y todo, el bueno de Farid fuese independentista.

Ahí estaba, como siempre, de pie junto a la caja registradora, como no dando importancia al hecho patriótico que estaba protagonizando con el simple hecho de estar trabajando un 6 de diciembre.

Compré tomates y espuma de afeitar, no es que necesitara ni lo uno ni lo otro, pero era una forma de dejar claro mi amor a Cataluña, y lo planté todo delante de Farid.

--Visca Catalunya lliure!- le grité al del turbante, alzando el puño orgullosamente.

--Son 4,40- respondió, mientras me miraba -ignoro por qué motivo- extrañado.

No terminó ahí mi día antiespañol, es decir, mi día patriótico catalán. Con mi espuma y mis tomates a cuestas, fui después a cortarme el pelo a la peluquería -ahora le llaman barber shop- de Matías, a tomar un vinito a la taberna habitual, y al bazar a comprar pilas para el despertador.

Todos esos lugares permanecían abiertos en pleno 6 de diciembre, señal inequívoca -las redes sociales no engañan- de que estaban luchando contra el Estado español. En todos saludé con el “Visca Catalunya lliure!” de rigor que se esperaba de mí.

He de reconocer que en ninguno obtuve la respuesta esperada, será que es gente discreta.

Siglos atrás, cuando para ser considerado un héroe tenía uno que coger las armas y echarse al monte, ser patriota era un engorro.

Por fortuna las cosas han cambiado, y hace pocos años bastaba ya con impedir a la policía el acceso a una votación ilegal, a ver si con suerte uno te pegaba un porrazo y así te convertía en patriota por derecho propio. De golpe, además.

Ahora ya ni eso es necesario, ahora es suficiente con hacer la compra el 6 de diciembre. Hoy uno se convierte en luchador casi sin querer, solo por sobrevenirle un apretón aquel día, darse cuenta de que no tiene en casa papel higiénico, y tener que salir a la calle a adquirirlo. Así da gusto.