Las luces de Navidad vuelven a tener su protagonismo en Barcelona. La iluminación del Passeig de Gràcia, como siempre, es la más espectacular pero el resto de la ciudad trata de simular que iniciamos el periodo navideño. Barcelona lleva muchos años con una iluminación festiva deficiente aunque sería injusto no reconocer las mejoras que se han producido este año: algunos kilómetros más de calles iluminadas y más horario de disfrute del ciudadano. Las luces se apagarán o a la una o a las dos de la madrugada según el día de la semana.
Es evidente que la capital catalana merece un nivel de iluminación navideña importante. Hay que aplaudir la mejora de este año pero no hay que conformarse. Venimos de un largo periodo en el que el aspecto nocturno navideño de Barcelona era escaso, paupérrimo, propio de una ciudad que no invitaba a ninguna alegría festiva. Y el caso es que Vigo, quintaesencia del destello, no es el ejemplo. El exceso lumínico de la ciudad gallega atrae a miles de visitantes pero se ha convertido en una buena pesadilla para los vigueses cuyo complemento noctuno en estas fechas son una buenas gafas de sol que les protejan de la luz cegadora.
Entre las candilejas que vivió Barcelona y el neón salvaje que atormenta hay términos medios. Como la iluminación de Madrid, como la del centro de Badalona, como la que intenta ahora Barcelona. Sería ideal que el horario que rige para la iluminación de las calles valiera también para la estrella de la plaza de Sant Jaume que hace las veces de pesebre y que, en cambio, vuelve a la penumbra a las diez de la noche. La verdad es que si un año de estos volviéramos a tener un nacimiento convencional en la plaza de Sant Jaume tampoco le sobrevendría a la ciudad ninguna desgracia. Cuando una ciudad está mejor iluminada y los símbolos agradan a la mayoría de ciudadanos el espíritu de la población mejora.
Todos los alicientes que pueda tener Barcelona son necesarios para la mejora del ánimo y de la buena predisposición de los barceloneses ante los retos que tiene por delante la ciudad. Hay que luchar por recuperar la condición de capital económica del país, como se esfuerza en recordar el propio presidente de la Generalitat. Y para ello es preciso compromiso y un mejor estado de ánimo que el del enfado permanente, un rasgo que se había convertido en crónico durante el último decenio.
Las cosas todavía no funcionan todo lo bien que deberían en la ciudad. Mantenemos lunares demasiado groseros para situarnos de nuevo en una posición de privilegio. La seguridad, la limpieza, el incivismo pesan todavía en la imagen que necesita adquirir la ciudad y que lastran los deseos de todos para que Barcelona vuelva por sus fueros. Mientras tanto, habrá que saborear los brotes verdes que ofrecen las horas de la iluminación navideña.