Verdi constituye uno de los símbolos de la nación italiana. Su coro de los esclavos de Nabucco, el celebérrimo Va pensiero, es, de facto, el segundo himno de Italia y en ocasiones se ha usado con fines reivindicativos, una de las últimas, en primavera de 2011, bajo la batuta del Maestro Muti, contra los recortes a las subvenciones culturales del entonces primer ministro Berlusconi.
Y el propio nombre de Verdi se usó como acrónimo para apoyar a la monarquía italiana (Vittorio Emanuele Re D’Italia). En España, desde tiempos alfonsinos, también hemos usado un acrónimo con un sentido similar (VERDE: Viva El Rey De España).
La visita de Sus Majestades los Reyes a varios pueblos afectados por la gota fría debe hacer reflexionar a más de uno del valor de la jefatura del Estado. Cuando los dos principales partidos políticos siguen enfangados en una lucha tan estéril como improductiva que incluso ha retrasado la constitución de la Comisión Europea, el regreso a la zona cero de la catástrofe no pudo ser más elocuente.
Los Reyes fueron a “escuchar, estar y compartir”, ni más, ni menos. Y la gente, como no puede ser de otra manera, agradeció la visita. El contraste con la absoluta falta de empatía de cargos tanto del gobierno autonómico (“El mejor sitio donde las familias pueden esperar las noticias es en su casa”) como del central (“Si necesitan ayuda, que la pidan” o “Yo no tengo la culpa”), ha sido total.
El silencio del equipo de opinión sincronizada es atronador, comentarios los justos y menos comparando la visita anterior protagonizada por el presidente del Gobierno quien parece ser el objeto real de las iras de los ciudadanos.
El presidente de la Comunidad Valenciana, presente en la visita real, tuvo que escuchar algunos gritos de dimisión, pero al menos no con la virulencia de la primera visita. Para rematar la faena cuentan que SS.MM. los Reyes volaron desde la Zarzuela a Chiva en helicóptero, mientras que parece que el presidente del Gobierno en su anterior visita usó un helicóptero para ir de Moncloa al aeropuerto de Torrejón, el mítico Falcon para volar a Valencia y luego otro helicóptero para el tramo Valencia, centro de operaciones, vamos ecosostenible a más no poder.
Nuestra Casa Real no ha tenido, hasta la fecha, los reflejos de, por ejemplo, la casa real británica, casi siempre en el centro de la actualidad. A diferencia de D. Juan Carlos y Dña. Sofía, D. Felipe y Dña. Letizia no han realizado ninguna gira por España, manteniendo una imagen de calculada distancia como contrapeso a la “campechanía” del anterior monarca.
Cierto es que los escándalos en el ámbito personal de Juan Carlos I han empañado la espléndida labor institucional de la monarquía en nuestra transición y por eso el cambio de estilo está más que justificado, pero tras diez años de reinado, bajar al barro, como literalmente han hecho, ha sido una excelente idea.
La clase política no lo puede hacer peor no solo en la tragedia de Valencia sino en todos los frentes, desde la parálisis legislativa a las peleas constantes en cualquier ámbito. Por eso tener una referencia incontestable es de lo poco que nos salva para seguir creyendo que aún tenemos un estado en el cual confiar. Casi todo está politizado y entre las pocas instituciones no politizadas está, afortunadamente, la jefatura del Estado.
El sistema monárquico es, sin duda, anacrónico. La razón no puede justificar la transmisión de la jefatura del Estado a través de la carga genética, pero es un modelo que, en general, funciona. Al Reino Unido, a Países Bajos, a Suecia, … no les va nada mal, siendo una referencia en tiempos de zozobra.
Si a Bélgica o a los Países Bajos les cuesta una enormidad ponerse de acuerdo para encontrar un primer ministro no quiero ni pensar qué ocurriría para encontrar un buen presidente.
Sea un sistema moderno o arcaico, es el que dicta nuestra Constitución y, además, funciona: V.E.R.D.E.!