Donald Trump ha anunciado la creación de un "Departamento de Eficiencia Gubernamental" encabezado por Elon Musk y Vivek Ramaswamy.
Bajo el lema de reducir el tamaño del Gobierno y optimizar recursos, esta iniciativa promete reconfigurar la burocracia estadounidense.
De entrada, parecería una iniciativa similar a la que anunciaron los jefes de Gobierno de la Unión Europea indicando que para ser competitivos debíamos iniciar una revolución de la simplificación europea.
Una simplificación tanto de las estructuras administrativas como de las políticas a los diferentes niveles, europeos, regionales, estatales como la referida a la regulación especialmente en temas relacionados con la innovación y la competitividad empresarial.
En este sentido, ambos se refieren al sector público y, en el caso de Trump, a la desregulación y el hecho de recortar los servicios públicos en favor de inversiones en defensa, producción energética y autonomía estratégica, entre otras.
La idea inicial de un departamento dedicado a la eficiencia no parece inherentemente mala en un contexto de creciente deuda y gasto público, buscar alternativas para reducir la ineficiencia parece sensato, especialmente considerando que hoy la tecnología y el conocimiento lo permiten.
Ahora bien, eficiencia o productividad no tienen por qué implicar reducción de personas, sino aumentar su impacto y crecimiento a la vez que la diferencia entre simplificar y desregular es profunda.
Una cosa es eliminar trámites innecesarios, implementar la tecnología y formar personas y valorarlas por su desarrollo y otra es desmontar las salvaguardas que garantizan equilibrios sociales, ambientales y económicos.
La foto de Javier Milei con Trump, celebrando lo que ambos denominan "el sentido común en acción", es simbólica. Representa un movimiento global hacia la desglobalización, la privatización y el replanteamiento de las reglas del comercio internacional.
En contraste, Europa, con su balanza tecnológica negativa y su dependencia de exportaciones gravadas por aranceles, parece estar en un momento que debe decidir qué quiere ser de mayor. Sin medidas para impulsar la innovación, potenciando el consumo de lo propio a la vez que mejorar sus relaciones exteriores, el futuro es incierto.
Trump y Musk prometen que el Departamento de Eficiencia será "un regalo para América" en su 250 aniversario, eliminando "gastos tontos" y publicando cada acción con un sistema de "tabla de clasificación" para destacar las áreas más absurdas del gasto público.
La privatización radical de servicios y la eliminación de regulaciones pueden abrir oportunidades a grandes empresas, pero el coste social puede ser devastador.
Los recortes fiscales y la desregulación podrían abrir perspectivas aún más favorables para los emprendedores y la innovación, pero la política de inmigración será un lastre para el talento. Ya sean startups o grandes empresas, el entorno se configurará ahora para fomentar la audacia y la expansión sin trabas de ningún tipo: ni burocráticas ni ecológicas.
Esta nueva era de la innovación sin límites es prometedora en cuanto al potencial de cambiar el mundo, pero solo debe ser humana o no ser y la eficiencia no debería convertirse en sinónimo de precarización.
Necesitamos equilibrios deseables, un modelo quirúrgico que, con el bisturí del bien común, pero productivo para poder competir y no del sentido común de Milei, mejore los servicios sin cortar el músculo que sostiene a las comunidades.
El desafío no es solo de Estados Unidos. Europa (y nosotros también) debe aprender de este enfoque, pero sin caer en el error de confundir eficiencia con abandono del bien común. La simplificación debe ser una revolución sensata, no una excusa para desregular y desmantelar lo que funciona.
Hay que demoler procedimientos arcaicos cuando la tecnología y el conocimiento para optimizarlos existen, responsabilidades basadas en la dedocracia y no la meritocracia o estructuras e individuos que se sirven a sí mismos. La revolución debe permitir tener unos servicios basados en la formación de los profesionales, la meritocracia y la facilitación de servicios a las empresas y los ciudadanos.
Recordemos que Europa tiene un escudo social, educacional y sanitario único que a su vez permite un equilibrio social. La eficiencia es una virtud, pero nunca a costa del equilibrio, así que habrá que prepararse para un Departamento de la Eficiencia con un Gobierno del bien común productivo.