Se acerca mi cumpleaños y, como cada año, estoy ansiosa. ¿Debería celebrarlo con una fiesta?, ¿Una cena con amigos? ¿En familia? ¿Me regalo una escapada a algún lado yo sola? Hace unos años, esta última opción me motivaba mucho, pero ahora ya no.
Tengo poco tiempo y poco dinero, no puedo largarme a China, o a la India, o a Montana, en Estados Unidos, mi región fetiche, a la que se tarda un montón en llegar. Hay que volar hasta Seattle, y de allí en avión (hora y media) o en coche (once horas) hasta Great Falls, la capital.
Al menos un día entero de viaje, al módico precio de 5.000 euros. También me gustaría conocer Cracovia y visitar el campo de concentración de Auschwitz, o volver a Berlín, pero me esperaré a ir con mi hijo, quien, por suerte, no parece muy interesado en Disneylands ni Port Aventuras.
Así pues, el día de mi cumpleaños me quedaré por aquí, con los míos, y quizás por la noche salga a cenar una crepe con unos amigos, en petit comité. De regalo, me pido unos vaqueros nuevos y un vale para unas sesiones de medicina holística para desbloquear emociones.
No creo nada en estas cosas, pero me encanta someterme a ellas, imaginar que con un péndulo o un intenso masaje de pies desaparecerán mis miedos al amor y a la responsabilidad.
Sí, quiero que una bruja sanadora me diga que si no tengo pareja es por culpa de una ruptura amorosa enquistada durante veinte años en mi interior, o de haber crecido en la típica familia catalana burguesa donde no es habitual dar muestras de cariño o celebrar por todo lo alto un cumpleaños infantil; quiero que la bruja me confirme que si no tengo trabajo estable es porque persigo mis sueños y lo antepongo a mi deseo de independencia económica, que si me entra ansiedad al pensar en organizar una simple cena de cumpleaños es por mi miedo al fracaso o porque sufro ansiedad social y soy introvertida. Pero es que cumplo 45. ¿No debería haber superado estas nimiedades?
"Las personas con ansiedad social enfrentan un malestar considerable en eventos donde son el centro de atención. Experimentan incomodidad y ansiedad antes, durante y después de la celebración" comenta la psicóloga valenciana Laura Fuster en una entrevista reciente con Onda Cero.
Esta incomodidad, según Fuster, puede manifestarse días antes del evento, cuando la persona anticipa “de manera catastrófica lo que podría suceder durante la celebración”. Eso es exactamente lo que hago yo: pensar que mis amigos se aburrirán, que me darán plantón, que no se llevarán bien entre ellos, etcétera. Me entra la misma ansiedad cuando tengo que presentar un libro u organizar la fiesta de cumpleaños de mi hijo, pero ahí no me queda otra que aguantar. Y acaba saliendo todo bien.
Sin fiesta
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