Las efemérides históricas también son aptas para el déjà vu.
Los antiguos mayas (establecidos en un territorio, la península del Yucatán, tropical y condicionado por las estaciones húmeda y seca) tenían claro el concepto de lo cíclico y de la división del tiempo por edades (llegando a conceptuar, matemáticamente, tanto el cero como el infinito). La historia, además de no dar saltos, tiende necesariamente a la repetición, debieron opinar.
La influencia astral (evidentemente, siempre que prescindamos del esoterismo y nos basemos en conceptos científicos como las manchas solares) condiciona la existencia, y efectivamente, vuelca a la historia hacia lo, aparentemente, cíclico.
Desde el punto de vista de la Gran Historia, es decir, aquella que incluye a nuestra especie y a todas aquellas que nos precedieron, lo “cíclico” se representa, por ejemplo, en las diferentes extinciones masivas acaecidas sobre la faz de la Tierra, véase la del Pérmico o la del Cretácico (con el meteoro que cayó, precisamente, en el Yucatán extinguiendo a los dinosaurios no aviares).
El “catastrofismo” fue esgrimido, incluso, por teóricos pasados errados, como George Cuvier (quien describió al megaterio, aún presente en el madrileño Museo Nacional de Historia Natural, y que fue el primer vertebrado fósil en ser exhibido), para justificar la diversidad de especies presentes y futuras (antes de surgir y aceptarse la teoría de la evolución de Darwin).
La diversidad en las catástrofes provoca, también, una constante en las desgracias. No es de extrañar que, en tiempos geológicos ínfimos, puedan repetirse calamidades masivas (no extintivas en sí, de momento) que, en el tiempo humano de siglos, nos produzcan un profundo déjà vu, una clara sensación de “esto, históricamente, ya ha pasado antes”.
Si tratamos de épocas históricas convulsas, en relación con la modernidad, es difícil no apreciar paralelismos con el mediterráneo justinianeo (527-565 d. C.), y, en general, con la Alta Edad Media y el fin de la Antigüedad tardía.
El Imperio Romano de Occidente había “caído”, formalmente, en el año 476 d. C. y Europa estaba sacudida por los bárbaros, que, para algunos, dice el clásico de Kavafis, podían ser una solución esperable.
Recuérdese que en aquellos tiempos hizo su aparición la peste (procedente del este) exterminando a un porcentaje elevadísimo de la población… y hubo un cambio climático que arruinó las cosechas y generó una amalgama de calamidades que motivó cambios radicales en el mundo de entonces.
Ante las calamidades provocadas por el cambio climático la población cayó en un protofeudalismo fundado en la protección ofrecida por los “hombres fuertes” (caudillos todopoderosos, en su mayoría de origen bárbaro, tales como Estilicón, Aecio --quien se enfrentó a Atila en la celebérrima batalla de los Campos Cataláunicos-- o Ricimero).
De hecho, ya en tiempos anteriores, cada vez era más común que el liderazgo civil y la valía intelectual fueran sustituidos por la fuerza militar (el autoritarismo marcial) en la dirección del orbe romano (véase a Aureliano, Diocleciano, Constantino… y el resto de los Césares ilirios, “yugoslavos”, que fueron todos ellos “hombres fuertes” de armas). Fuere primero con los grandes líderes imperiales-militares o luego con los caudillos bárbaros, ante la desolación y el desgobierno… se esperaba “a los bárbaros”.
Como si se prestare honor al mundo abstracto e ideal de las ideas de Platón, hoy vemos la vuelta de medidas antiguas en los tiempos presentes.
Se producen grandes catástrofes (como el Covid o las inundaciones recientes en Valencia) en las que la población no sabe ni tan si quiera a quién esperar… o se apoyan en “hombres fuertes” y populistas.
Alegando instintos atávicos sin disfraz alguno que disimule el tribalismo, los reaccionarios triunfan en el más absoluto descontrol. El liberalismo social típicamente europeo, que nos ha llevado al mayor clímax de bienestar individual ciudadano jamás soñado en la historia, se halla en peligro ante el desgarrador populismo.
Como sostiene Moreno Ocampo (primer fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, y que recién ha publicado su interesantísima obra Guerra o justicia), nos encontramos ante un cambio de paradigma donde la guerra no es una opción, no pudiendo caerse en un fornite global, dice el autor, que ponga en peligro la propia supervivencia de nuestra especie.
Necesitamos que el poder se ejerza, con efectividad y competencia. Necesitamos que el Estado sea recognoscible y cumpla con sus obligaciones de salvaguardar el interés general.
Pero al mismo tiempo, y sin obviar la realidad, en este cambio de paradigma nos jugamos mucho. Si con la muerte de Justiniano y el auge del Islam (comienzo real de la Edad Media según Henri Pirenne) se acabó la Antigüedad tardía y se inició la “oscuridad” medieval (como todo en historia, relativa, al haber épocas de “renacimiento” durante el medievo, tales como el carolingio o el del siglo XIII), nadie sabe con certeza qué vendrá con el cambio de paradigma actual.
La necesidad de un gobierno global (Moreno Ocampo habla de la ONU como sala de reuniones, pero no como gobierno) y de una eficiente administración local (España sigue sin saber constituirse en un Estado federal, donde se salvaguarde el interés federal como competencia irrenunciable) no sabemos cómo podrán salir de la actual crisálida en que nos hallamos inmersos. Demasiados paralelismos con otrora y demasiada necesidad… de esperar a los bárbaros.