Ha llegado la hora del recuento. La conversación, publicada por La Vanguardia, como un diálogo hondo entre Jordi Pujol, Artur Mas y Xavier Trias, ha tratado de enaltecer el mito sin rendir cuentas.

Ellos gobernaron el país con el símbolo del Sinaí en una mano y la Declaración Universal de los Derechos del Ciudadano en la otra.

Olvidan que Pujol, el líder mesiánico sometido a un consejo de guerra por el antiguo régimen, acabó su carrera reconociendo una deuda andorrana con Hacienda, ante millones de ciudadanos que cumplen con el fisco; obvian que Mas, el delfín, fue el impulsor de un proyecto suicida, y que Trias es un médico elegante, hijo estético del noucentisme, pero sin discurso propio desde que se emancipó en el caladero del gran Josep Laporte.

Los tres dirigentes políticos de La conversación representan la nostalgia, el camuflaje y la esterilidad. En la ficción moralizante de Voltaire serían el maestro Pangloss, Cándido y un señor serio con cuello de porcelana.

En el libro de Voltaire, cuando Cándido y su troupe se acercan en barco al espigón de Lisboa, su nave zozobra y naufraga. Cándido y Pangloss se tiran al agua y salvan el pellejo, como hizo Artur Mas antes de la DUI. Me pregunto, en el caso de Mas, dónde quedan la contrición y el propósito de enmienda.

Después de 35 años de poder convergente –ganaron nueve comicios en votos y diez en número de escaños–, la mayoría social invisibilizada quedó como la imagen olvidada en la iconografía de un tiempo difuso.

Mientras la nebulosa de Junts bucea en la memoria de su origen (La conversación), el otro partido político de obediencia catalana, ERC, se desmorona lentamente.

Militància Decidim, el tentáculo de Oriol Junqueras, con Elisenda Alamany como candidata a la Secretaría General, compite con Nova Esquerra Nacional de Xavier Godàs y con Foc Nou de Helena Solà.

¿Dónde quedan las referencias doctrinales de su nueva estrategia? Esta semana se cumple el plazo máximo para presentar los avales necesarios si se quiere opositar al mando en el Congreso de Esquerra, que se celebra a final de mes.

Analizar un partido político desde dentro es lo más equívoco que puede haber. La sociedad ha de conocer abiertamente las creencias, las adhesiones y las capitulaciones que conformarán la ERC renacida, pero, de momento, tales cosas son solo sombras o zonas desprovistas de contenido, de puertas afuera.

Esquerra utiliza la seriedad como forma de anonimato, con subtítulos ilegibles que dicen “estamos aquí para devolver la palabra a la mayoría”; una apoteosis de la sinrazón.

Cuando los confesos y arrepentidos se deslizan por España evidencian su desarraigo. Los mecanismos de vertebración federal –reforzados ahora por el president, Salvador Illa, cuya eficacia solo el futuro confirmará– pueden devolver la esperanza, aunque Junts y ERC exhiban un vuelo gallináceo.

A la hora del recuento, el resumen del catalanismo concentracionario es pobre y su influencia en España es casi residual. El anhelo de los aventuristas nos ha convertido en el pueblo-huésped.