Hace unos días, durante un paseo nocturno en dirección al Born, decidí dar una vuelta por las calles del barrio Gòtic más próximas a la zona sur de vía Laietana. Y cuál fue mi sorpresa al adentrarme en ellas que, a los pocos segundos, me topé de lleno con una oscuridad del todo inquietante.

Los faroles estaban apagados y, como las nubes cubrían el cielo y, por tanto, la luna no brillaba, apenas era posible reconocer siquiera el rostro de mis acompañantes. Y claro, mucho menos el de las personas que transitaban por la vía pública o que permanecían inmóviles en la puerta de los distintos establecimientos comerciales que aún quedaban abiertos.

Conforme íbamos avanzando, incluso nosotros nos convertimos en meras siluetas sin personalidad. De modo que, allí, en la penumbra, una chica de las que conformaban mi grupo dijo en voz alta: “Si yo viviera aquí, tendría miedo a salir de noche, y mucho más de volver a casa de madrugada”. 

Lo cierto es que no le faltaba razón. Es más, sin quererlo, había resumido en una sola frase algunas de las teorías criminológicas relativas a la actuación de los delincuentes. Aquellas que, desde temprano, argumentaban que ciertos factores contribuyen al aumento de la delincuencia

Por ejemplo, la formulada por el criminólogo italiano Enrico Ferri a finales del siglo XIX y que, en la parte que ahora nos interesa, dijo que la oscuridad de la noche genera más delincuencia que la luz del día. O, más tarde, los estudios que, desde su exilio mexicano como consecuencia de la Guerra Civil, realizó el catedrático español Bernaldo de Quirós, que argumentó, entre otras cuestiones, que las preferencias de los delincuentes están estrechamente relacionadas con la falta de visibilidad.

Unas teorías que, puestas en relación con la planificación urbana, han llevado a otros criminólogos a razonar que el diseño de las ciudades y el equipamiento de las calles pueden contribuir a la reducción de la criminalidad. Es el caso del estudio Reducing Crime Through Environmental Design: Evidence from a Randomized Experiment of Street Lighting in New York City, realizado por el Crime Lab de Nueva York en el año 2019.

Un documento en el que sus redactores concluyeron que el aumento de la iluminación en algunas zonas de la ciudad, en especial en aquellas con altos niveles de delincuencia, logró reducir considerablemente los delitos allí cometidos y, en concreto, los homicidios y los robos.

No se trata de un mero planteamiento teórico, sino que el citado estudio fue realizado con datos reales. Un experimento criminológico que dio sus frutos. Y que, al igual que otros anteriores, que arrojaron idénticos o similares resultados, propició un cambio en los equipamientos urbanos de determinadas ciudades de Latinoamérica, como fue el caso de Montevideo, en Uruguay, de Santo Domingo, en la República Dominicana, o de Quito, en Ecuador.

Lugares en los que, con buen criterio, y siguiendo las enseñanzas de quien sabe y lo ha demostrado, se decidió renovar edificios situados en los centros históricos y mejorar la iluminación de las calles, con unos resultados que la población rápidamente aplaudió. La reducción de la criminalidad.

Y es que, una iluminación eficiente mejora la visibilidad, fomenta la vigilancia natural y promueve un mayor sentido de comunidad. En otras palabras, una iluminación eficiente tiende a disuadir a los delincuentes y, por ende, genera seguridad en quienes residen en los lugares iluminados. 

Pese a ello, como antes he dicho, algunas calles de Barcelona, sobre todo en Ciutat Vella, donde la delincuencia es mayor que en otras zonas, permanecen en la penumbra. La oscuridad se apodera de todo, nada más caer la noche. Y muchos de nuestros dirigentes, seguros conocedores, ellos mismos o sus asesores, de los modelos adoptados en las ciudades antes mencionadas, no hacen absolutamente nada para remediarlo. 

Algunos se escudan en la contaminación lumínica. Pero claro, en ningún caso se ha hablado de colocar paneles centelleantes o focos cegadores en la vía pública, sino simplemente de encender los faroles o mejorar su refulgencia.  

Otros, en cambio, hablan del cambio climático. Como si el derretimiento de los polos se debiera principalmente a la decisión de los ayuntamientos de iluminar las calles. 

Son excusas. Simples excusas para no solucionar un problema que tiene muy fácil solución. Todas puestas de manifiesto con la finalidad de ocultar la triste realidad. Que la seguridad de los ciudadanos, pese a su importancia y la preocupación creciente, no es una prioridad para nuestros dirigentes.